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Con el tiempo, todo se va;el amor que adoramos,
que vemos en una mirada,
o en aquellas palabras bellas
o en tus juramentos
bajo las estrellas"
(De la canción “Avec le temps”,
de Leo Ferré)
"Con el tiempo todo se va
y desfallece
y hasta la mejor amistad
se desvanece.
Se olvidan las voces
se van las pasiones
se aleja el calor
de aquellas canciones.
Solo se queda
una triste verdad:
la luz de un recuerdo
y de mi lealtad"
(Es un poema de Rusty Andecor)
Hay otra canción ¡inmensamente hermosa! cantada por Francoise Hardy. Se llama “La amistad” y canta a "los amigos que han venido de las nubes, con sol y lluvia como único equipaje”, que "han hecho de las amistades sinceras la más bella estación”, porque tienen “la dulzura de los más bellos paisajes y la fidelidad de los pájaros que se posan”, para terminar musitando:
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Como no sé lo que la vida me depara
será que nunca llegaré a ser nada
si no me queda un amigo... que comprenda;
entonces olvidaré mis llantos y mis penas
y quizá volveré a tu casa
a calentar mi corazón con tu leña.-
(L´amitié)
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Escuchando esta canción y reflexionando su hermoso mensaje se me ocurre pensar que, después de que la vida me enseña esa parte triste y oscura, que toda vida encierra… entonces...
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"olvidaré su desencanto
y volveré a limpiar mi corazón
de aquel rastro de mi llanto,
pues reencontraré esa lealtad;
que un amigo me comprenda,
y que mi corazón caliente,
pues me cubra con su manto"
La lealtad es una palabra inmensa en su contenido, en sus matices, porque implica nobleza y respeto, pero también atención desinteresada y apoyo fiel, además de que, todo ello, siempre suele llevar la envoltura de ese afecto casi imperceptible pero cálido y reconfortante para el que lo recibe.
Lucio Anneo Séneca decía “La lealtad constituye el más sagrado bien del corazón humano”, precisando Ortega y Gasset “La lealtad es el camino más corto entre dos corazones”, porque quizá la lealtad encierra la mayor parte de las virtudes de nuestra condición humana; pues la generosidad, la disposición incondicional y hasta el sacrificio y la renuncia pueden ser algunos de los valores inherentes a tan noble virtud. Pero además, si la lealtad refleja un mensaje directo de actitudes entre un corazón y otro, cuando se es leal no caben equívocos de conducta ni desviaciones provocadas por los sentimientos, pues si la pasión, la vehemencia en una relación, la amistad o el amor, cualquiera de ellos, hiere el corazón de nuestro semejante, la lealtad ya no existe.
Quizá la lealtad es una actitud de conducta que comienza con uno mismo, pues para ser leal a las personas que nos rodean es necesario que empecemos por nosotros y que seamos fieles a nuestros propios principios; “Ser leal a si mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás” (Vicente Alexandre)
Pero no es momento de hacer una disertación profunda sobre la lealtad, ni sobre sus bondades, sino de tratar de otras manifestaciones cuyos resultados e intenciones pueden desviar la esencia de lo más auténtico de la lealtad. Pues pensar que la lealtad es, simplemente, obrar con fidelidad hacia la intrascendencia de las relaciones humanas, es decir, hacia los amigos para compartir el ocio, las diversiones, los favores, o hacia esa elección permanente e incondicional del amigo o de la persona que preferimos tener con nosotros por razones de interés, no sería noble ni honesto, pues la causa de tal fidelidad llevaría siempre una intencionalidad evidentemente interesada y egoísta.
Porque no olvidemos que “no es amigo quien ríe mi risa sino quien llora mis lágrimas"; es decir, que no se trata de que la lealtad esté inherente solo al disfrute de la compañía de la persona a la que se es leal, ni siquiera a su cercanía o a la evidencia de saber que uno está con ella. A veces no es la risa la que debe complacer y reconocer el amigo, sino que es el llanto, el que debe abrazar para consolar, reconfortar y animar el alma desdichada de quien llora.
Es cierto, y parece increíble, que en un mundo de deslealtades y mentiras, el hombre si
gue creyendo en la lealtad hacia los demás, y sigue intentando respetar esa actitud y ese sentimiento, no solo por una cuestión de conciencia y de moralidad, sino porque sabe que le compensa emotiva y afectivamente.
Y es que la lealtad tiene la particularidad de que debe mantenerse incluso en época de contrariedades y distanciamientos. La sublimidad de su noble condición está en la disposición de no abandonar su apoyo y dedicación a pesar del olvido, indiferencia, abandono o, incluso, desprecio y hostigamiento de la persona a la que se es fiel. Pues no olvidemos que la lealtad es un compromiso por el que hemos de defender lo que creemos y a quien creemos.
Es evidente que, a veces, esa lealtad se desvanece en el escenario de nuestras relaciones y es entonces cuando desaparece todo vestigio de cuanto hicimos con nuestra disposición por alguien. Precisamente, ese es el momento en que deberíamos de recordar que solo nos cabe ser leales, de nuevo, a nosotros mismos. Y es entonces cuando nos damos cuenta que tenemos en nosotros todo el poder de reconocer la nobleza de nuestra actitud e intención y también la sensación gratificante de haber sido honestos y generosos hacia quienes se merecieron nuestra lealtad, aunque ellos no tuvieran precisamente con nosotros la respuesta de gratitud o de reconocimiento que esperábamos.
Y en nuestra condición sensible, con su latente sentido de la honestidad, no dejamos de reconocer que solo el rigor de la lealtad hacia los que nos rodean hace que desaprobemos la conducta de aquel que abandona a sus amigos porque tal vez ya no les resultan de provecho alguno, o del que ahora ya no les apoya ni les ayuda a superarles en sus contratiempos, por motivos simplemente egoístas. Por no olvidar nuestra condena a la bajeza y a la ruindad de quienes divulgan indiscretamente una confidencia que tanto puede dañar nuestro honor, o de quienes critican a unos y a otros descubriendo sus defectos y limitaciones o infamando del modo más perverso y desleal.
Finalmente, y cuando sabemos que quizá no existió la reciprocidad que esperábamos hacia nuestra lealtad, ni siquiera en su estimación o reconocim
iento, o cuando comprobamos cómo nos ha olvidado o ignorado la persona a la que ofrecimos nuestra entrega y para la que fuimos leales; cuando ocurre algo así, es entonces cuando sabemos cuánto apreciamos lo que nos quedó de nuestros recuerdos. Por eso terminamos siendo leales a todo aquello que nos colmó de satisfacciones y aún nos queda en la memoria, en la evocación del “sinvivir” de nuestros recuerdos, que, como decía Rusty Andecor, “no hay desaliento en mi sinvivir si me queda el consuelo de la dulce nostalgia de tu recuerdo”. Y es entonces, mis queridos "amigos con alma sensible", cuando sabemos que... somos leales a nosotros mismos. No olvidemos que…
"La amistad es una flor que se cuida con la lealtad,
y que se riega con sinceridad"
(Danikaze)
Ángel González "Rusty Andecor"