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Mi leal amigo, "el artesano", alguien que supo
entenderme cuando le hablé de "mi oficio" |
Uno de esos días de verano en que suele visitarse ese lugar elegido para pasar una agradable estancia, me encontré con unos singulares amigos, de esos que pertenecen a la selecta especie que tienen como lema "la lealtad para los que les atienden y entienden", de esos que no te fallan y que están ahí, en el mismo lugar y siempre que vuelves a visitarles, como si te estuvieran esperando toda la vida. Primero encontré a un músico callejero, del que me hice amigo tan pronto lo vi; me agarré de su brazo (abajo os he quedado mi foto con él) y le expliqué que yo también había sido músico, que en “mis años mozo” tocaba la guitarra y ahora, después de mucho tiempo, mis “amigos con alma sensible” me habían regalado una Fender Stratocaster. Lo cierto es que mi extraño amigo pareció felicitarme, se puso muy contento y me tocó con su tuba un “aire” típico de su tierra riojana (porque estábamos en Haro, la tierra del buen vino). Luego, cuando ya dejamos la ceremonia de presentaciones, le dije: “venga, compañero, vamos a tomar unos riojas”. Pero él no se movió; yo me imaginé que seguía tocando para mí y allí lo quedé…, a mi pobre moreno, que ¡hay que ver lo que le habría dao el sol!... ahí en la intemperie. Después, me perdí por la calle Santo Tomás, y me fui de vinos y de tapas con mis amigos.
Al día siguiente tropecé, también en la calle, con otro maravilloso personaje, uno de esos artesanos de los que ya quedan muy pocos, y haciendo honor a su oficio le dediqué el mejor cumplido… “¡qué arte tienes, compañero!” y continué “… que yo también he sido artista, pero de la farándula más propia de la farsa mundana, esa que te envuelve y te confunde por culpa de la arrogancia y la frivolidad humana, aliñada con todos sus ingredientes de miserias, egoísmos, mentiras, deslealtades y traiciones; esa que te arrastra a cumplir con el mismo papel, si quieres seguir siendo un títere superviviente”. Me pareció verle sonreír, como si me entendiera y, mientras duró la magia de aquel instante, confraternizamos y luego nos hicimos una foto (podéis verla aquí, en el inicio de este espacio). Después, él siguió con lo suyo y no me dijo más; así que me despedí de su compañía. Más tarde pensé: “estos son los mejores amigos, los que no dicen nada, ni murmuran… ni te fallan”… y por un momento… soñé con mis hadas, o quizá fueron con mis musas… no sé. Bueno, la verdad es que recordé aquellos versos que escribí hace años, cuando empecé a “pintar con el pincel de mi corazón”, en los lánguidos y solitarios atardeceres, mientras solía oír “el color nostálgico de aquella melodía que era mi cómplice y que tanto me entendía”. Aquellos versos decían
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Mi amigo "el músico callejero". Me lo encontré
en Haro, buscando aventuras en La Rioja. Sentí
el sonido de su tuba cuando él me dedicó una
hermosa melodía: "su leal corazón" |
Oigo la música de mis sentimientos,
que son las notas de mi turbación;
es la ansiedad de mis latidos
que se debaten en mi universo.
Noto un desvarío en mi mente
que me confunde entre mis sueños;
y no encuentro más consuelo
que la locura de mis versos
Y hay veces que pienso en ese lugar en donde se guardan los aromas de las sonrisas y los instantes de los recuerdos que jamás olvidaremos; en ese espacio empapado de magia y lleno de personajes entrañables, que es el escenario fantástico en donde aún percibo la esencia de esos corazones sensibles y buenos que conocí a lo largo de mi vida. A veces pienso en esa caja de música en la que se guardan... nuestros más hermosos sueños y que yo bauticé con el nombre de Café de París.
Por eso, pasado un tiempo, ya casi en los albores del invierno os invitaré a entrar en mi nuevo blog: El Café de París, del que ya os anticipé "su sabor" con la publicación que tenéis aquí. Porque… muchos de vosotros, algunos, que ni siquiera conozco, sabe que “ese mágico Café” está en alguna parte de su maravilloso universo. Porque... efectivamente, como os dije, es el lugar en donde están guardadas todas esas sonrisas felices que celebramos… aquellos días, los colores y aromas de los instantes que más nos gratificaron y el sabor del café que los acompañó. Y es que... solo hay que entrar en ese Café de la ilusión a través de la magia de la puerta de nuestros sueños. Y tal vez, al cruzar, comprobemos que… hemos encontrado... lo que "siempre nos quedaba": nuestro bello París, y dentro de nuestro Café de París.
Ángel González "Rusty Andecor"