(Buscad lo suficiente, buscad lo que basta. Y no queráis más.
Lo que pasa de ahí, es agobio, no alivio;
apesadumbra en vez de levantar"
(San Agustín)
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"Mientras la amistad es el equilibrio entre el afecto hacia el amigo y la complacencia en el agrado de recibir este mismo sentimiento, aunque sin esperar nada a cambio, el amor es el desequilibro, a veces incontrolable, de querer apasionadamente a otra persona, deseando y suspirando por recibir idéntico sentimiento, sin más aspiraciones que el disfrute de esa satisfacción o placer", decía Rusty Andecor en sus "Reflexiones sobre la amistad".
Es posible, a veces que ese equilibrio en la relación amistosa se rompa y las fuerzas de afecto o de apoyo entre las partes de una relación se distancien en cantidad y en calidad afectiva, y -aún así- se mantenga la bondad de un lazo amistoso, porque como alguien dijo "Dos amigos jamás se quieren igualmente, porque mientras el uno besa el otro presenta la mejilla; puede que ese sea el secreto de la gran amistad, aunque los papeles cambiaran de ven en cuando", añadiendo Rusty que "es la dinámica de la recepción de esa muestra afectiva en el amigo la que hace que luego, quizá mucho más tarde, haga que éste corresponda al amigo que se manifestó con su aprecio con la misma bondad expresiva que empleó aquél".
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Ciertamente, es la complejidad del comportamiento humano en una relación que debería ser siempre desinteresada, cuando no es menos la de ese condicionamiento sentimental, con su ingrediente de pasión, y en el caso del amor, lo que puede dar lugar a altibajos, fases evolutivas que descompensan el nivel emotivo de las partes, o deterioros que pueden romper la relación.
Y es que, muchas veces, el regalo de la amistad se vuelve contra nosotros, en ocasiones por esa falta de control entre lo que se da y se espera recibir o, incuso, por cuanto se exige de ella, y otras por la frialdad o la aparente ingratitud o crueldad del que recibe la bondad de ese sentimiento al no saber, no poder o no querer corresper a ese afecto en ninguna medida, para compensar el desequilibrio emocional que puede originarse del que solo ofrece y no recibe nada a cambio. Y sería preciso reflexionar también sobre el origen de ese descontrol en la reciprocidad de las manifestaciones de la amistad y, en concreto, sobre la apatía, desgana o pasividad de una de las partes para contribuir en la dinámica de ese tándem afectivo.
El problema, desde otra perspectiva, es que la amistad, por poner ese modelo más común de relación humana, puede sufrir una alteración, deterioro o fracaso, en algunos casos, cuando intervienen factores con una carga emocional tan intensa y asfixiante que, al hacerse insoportable, puede determinar ese cambio o incluso el final de la relación.
No cabe duda que la presión en la reclamación de la atención de una de las partes hacia la otra puede hacer difícil una relación cuando la evidencia del desencadenamiento de una mayor intensidad de emociones o de una tumultuosa demostración de la pasión puede agobiar la capacidad de tolerancia afectiva del receptor. Es ésta una situación más insostenible y traumática, cuando esa demostración lleva tintes amorosos, en los que queda patente que es uno, y solo uno, el que se siente atraído por la pasión que le desencadena la otra parte, no pudiendo evitar sacrificar su visible e incontenible impulso sensorial o afectivo, ni renunciar a las pretensiones de ser correspondido.
Sin entrar en la posibilidad de que ese asedio afectivo o de atención permita o incite a una reciprocidad por parte del receptor más pasivo en sus manifestaciones, que -inluso sin quererlo- se vea arrastrado por esa dinámica afectiva a la que pueda haber contribuído una sucesión de muestras gratas y bien recibidas, que le hayan cautivado y rendido, no obstante ajeno a la atracción y gusto por quien trataba de agradarle, o insensible a su fascinación emotiva, las consecuencias en la respuesta de conducta del receptor de ese exceso y desmesura de atención y afecto pueden conseguir el deterioro o destrucción de la relación.
¿Qué ocurre cuando alquien, como amigo, compañero o conocido, te agobia con su cordialidad, su respeto, agasajo o cuidado, o cuando se siente hostigado por una continua intoxicación afectiva? Es evidente que puede hacer insoportable su disposición de acoger su manifestación, y que tal intolerancia e incomodidad se puede traducir en una actitud de disgusto que puede hacerle crear, a su vez, una respuesta emotiva en la que se alternaría el cansancio o aburrimiento, la antipatía o aversión, o -simplemente- la indiferencia y distanciamiento hacia el "demostrante" afectivo.
Angel María González (Rusty Andecor)
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