Decía Voltaire “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”. Por su parte, Thomas Mann citaba: “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”. Y es que no es fácil hablar de tolerancia cuando ello implica permitir que unos expresen lo que otros no parecen aceptar para uno, como tampoco se puede tolerar lo que percibimos como inmoral o perverso. Y no es fácil hablar de tolerancia y censurar la intransigencia, cuando no se puede distinguir entre la capacidad de aceptar la opinión o expresión ajena y la conducta indeseable o malvada de otros.
Precisamente, no hace mucho, en una tertulia de amigos, cuando quise abordar el tema dentro del sentido común y del marco más razonable, uno de los asistentes no supo ver la virtud de la tolerancia en ese contexto más benévolo de la convivencia y lo llevó al debate del enfrentamiento entre quien no puede tolerar la injusticia o el atropello en la convivencia y quienes causan esa conducta. Ciertamente, es una forma de defender la intransigencia en ese marco de hostilidad, cuando no es el caso extremo de un comportamiento hostil, sino de entender un debate de armonía en las relaciones personales más próximas y pacíficas.
Llegado ese punto en que, no es la voluntad de no querer entender ni aceptar la actitud de los demás, ni es la de evitar la crispación que puede generar tal desentendimiento, sino la disposición tolerante para escuchar la opinión de los demás, la transigencia para respetar su visión, o incluso la empatía con el interviniente de una discusión. Quizá, además de la tolerancia, nada mejor en una relación dialéctica que una actitud generosa y desprendida, algo que no sobra en cualquier entorno o ambiente social.
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Actitud intolerante y autoritaria de uno de los intervinientes en la discusión de una reunión. (Escena de "Bienvenido Místerr Marshasll") |
Lo cierto es que la experiencia personal que me ha enriquecido, desde luego, a lo largo de los años, me ha hecho ver como se produce un clima de desequilibrio de concesiones personales en el comportamiento participativo de una charla, tertulia o debate. Es ahora cuando más percibo tal actitud. El autoritarismo o discreción de unos y otros, el protagonismo que algunos establecen en una discusión o la modestia y timidez de otros; partidos entre los que alguna vez yo mismo me he reconocido, es el inconveniente más acusado en el proceso dialéctico del debate. Es ahí donde deberíamos reclamar la tolerancia, la concesión del punto de vista del interlocutor, la empatía con el contrincante. Es ahí donde había que evitar la intransigencia y la crispación. Pues si no tenemos en cuenta este principio, el desequilibrio entre unas personas y otras nos llevará a las desavenencias, a la crispación y a la hostilidad.
Es evidente que es una cuestión de perspectiva en la integración de una relación coloquial y de talante en la participación. Y entiendo que es más saludable, emocionalmente, más solidario y generoso la disposición de escuchar y respetar la opinión ajena, de intentar entender su actitud y visión de los hechos, antes que imponer el criterio propio y la razón arbitraria que podamos imponer. Nadie somos dueños de la razón, ni tenemos exclusividad en la opinión que damos, ni siquiera puede ser nuestro sentido común el más acertado, el más correcto. La verdad y certeza de un criterio, de una opinión, de un parecer, no es exclusiva de uno o de otro. Solo el debate consensuado y equilibrado puede “llegar a buen puerto”. Porque, ahora que soy mayor y me fijo en estas cosas, nada hay más desagradable y molesto que ver cómo alguien alza la voz en una tertulia o discusión imponiendo de forma sectaria, a veces con fanatismo, su juicio, su razón, ni siquiera sin reconocer que su alegato pueda ser su opinión.
Ángel González "Rusty Andecor"