En mi oficio de "sabio de la vida que viví" y de "pensador de mis propias reflexiones", he jugado a "filosofar" con temas relativos al condicionamiento humano y a toda esa clase de valores que le caracterizan; unos, de aparente ligereza, como el aburrimiento, el "sinvivir" o el agobio de los que nos aturden con su perorata; otros, de índole más formal, como la amistad y los amigos; he coqueteado con la sonrisa; me he atrevido con la lealtad, la felicidad y la generosidad; e incluso, me he arriesgado con la soledad, el desencanto, la indiferencia y el desengaño. Pero me faltaba algo... más ambiguo y confuso; eso que, cuando se percibe o se recibe, nadie sabe de los límites de su benevolencia o perversidad, de su supuesta sinceridad o hipocresía; se trata de la cortesía, de su honesta intención o de su cinismo.
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Empecemos por su concepto; porque etimológicamente, cortesía procede de cortés, significando respeto externo, amabilidad manifiesta y apariencia de modales educados. Otra cosa es la demostración sincera y honesta, de la disposición de la persona en la atención, cuidado o favor hacia quien se rinde cortesía. Porque existe una "ceremonia o protocolo de respeto y gentileza", e incluso toda una diplomacia en las maneras del trato, así como un código de galantería y hasta la exquisitez de un particular cumplido en la atención que prestamos hacia alguien. Pero muchas veces, la falsedad de ese trato está detrás de su manifestación, y la hipocresía es todo aquello que se esconde para evitar tener que demostrar la mentira que se lleva dentro. No debiera ser así, pues "la cortesía hace que el hombre aparezca exteriormente tal como debiera ser en su interior", que decía Jean de la Bruyère. Y supongo que la cortesía, como norma de conducta social, debería mostrarnos a los demás tal y como nos sentimos y como creemos que somos.
El hecho es que esa conducta, en la que tratamos de poner la mejor carta de presentación ante los demás, no se traduce siempre en la expresión bien intencionada de su ceremonial. Veamos cómo se mueve todo ese lenguaje de formas, gestos y fórmulas de comunicación oral, y cuál es su resultado.
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La cortesía es, a veces, una estrategia en
el trato para conquistar a los demás
con su ritual de amabilidad y de lisonja |
Que la cortesía y los buenos modales abren todas las puertas, es cierto; pero no olvidemos que, como decía Friedrich Von Schiller, "tratar con mucha cortesía a veces conquista y otras empalaga". Aún así, todos sabemos que es un arma rentable, pues, ante todo, "es un buen negocio, y que se ha de tener, si no en atención a los demás, por puro egoísmo", decía Noel Clarasó. Yo he conocido personas, en mi entorno de amigos y de la familia, que han "camelado" a los demás con su ritual de amabilidad y de lisonja; he sabido que, en muchos casos, es una estrategia de comunicación y de trato para conquistar, pero incluso hasta para envanecerse con una pretendida sobrevaloración de su capacidad en el trato social.
Que la cortesía es, al menos exteriormente, una muestra de urbanidad y de educación, y hasta una excusa para exhibir el encanto personal que se posee, está claro. Pero no nos equivoquemos, pues la noble condición de ser leal y el desprendido esfuerzo de ser generoso es una cualidad "no necesariamente cortés"; y es algo con lo que podemos contar, en muchas ocasiones y afortunadamente, en esa gente "superjoven" (no solo de edad sino de espíritu) que, aunque atrevida en sus modales y aparentemente "poco cortés", es honesta, auténtica y sincera.
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La aparente "falta de respeto" a las reglas sociales de
los jóvenes no significa su irreverencia o descortesía
hacia quienes deben manifestaarse. Su disposición natural y sincera les hace a veces así de espontáneos | |
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Pero no se trata de tachar de descortesía a quien no muestra esa correcta acogida y atención hacia quien se dirige, por el hecho de carecer de amabilidad o exquisitez en el trato. A veces, sobran los modales hipócritas y el falso lenguaje cuando de lo que se trata es de servir o atender con lealtad y generosidad. Y en esto, nuestras jóvenes generaciones, a pesar de su aparente "falta de respeto" a las reglas sociales, nos aventajan. Otra cuestión es la descortesía, pero no aquella mostrada inadvertidamente y sin premeditación o por carecer de los más básicos recursos de educación y de trato social, sino esa que pretende provocar, ofender o herir los sentimientos o la dignidad de las personas a quien nos dirigimos. Cuando nos dejamos llevar por esa descortesía intencionada sabemos que nos estamos rindiendo a un comportamiento desconsiderado y grosero, motivado por nuestro descontento o enfado con la persona aludida, aunque a veces movido por el orgullo o la vanidad, cuando no a causa de otros bajos sentimientos.
Lo cierto es que nada resulta más atractivo en una persona que su cortesía, su sonrisa, su paciencia y su tolerancia, que "la cortesía es conducirse de modo que los demás queden satisfechos de nosotros y de ellos mismos", decía Jean de la Bruyère. Pero ¿qué hay detrás de la cortesía? Ralph Waldo Emerson la definió como "un artificio de las personas inteligentes para mantener a cierta distancia a los necios". El humor ingenioso y agudo de Groucho Marx cuando dijo "Disculpad si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien", nos hace pensar que la cortesía es una estrategia inteligentemente empleada cuando no tenemos la seguridad de la confianza de la persona a la que nos dirigimos y necesitamos de su aceptación, pero también es una táctica para protegernos del abuso por el margen que pueda ofrecer nuestra cordialidad. Algunos de nosotros hemos utilizado ese "arte", unos con más agudeza y sentido del humor, otros con más sequedad, para mantener distantes a quienes tememos se puedan tomar ciertas libertades y confianzas. La cortesía, en estos casos, nos protege de su "invasión" en nuestra intimidad.
Y por otra parte, es evidente que la cortesía debería ser un ejercicio de humildad y de servicio hacia los demás, en vez de una técnica de presunción o pedantería; de forma que, como decía Fedro: "Quien no sabe mostrarse cortés, va al encuentro de los castigos de la soberbia".
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La "cortesía" de los niños es la más auténtica y sincera. El niño expresa su naturalidad y la niña responde feliz. Porque, sin saberlo, están comunicándose con el corazón. |
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Pero desgraciadamente hay que reconocer cuánta falta de autenticidad de valores humanos se oculta detrás de la cortesía. Fue Jean Jacques Rousseau quien dijo: "Los temores, las sospechas, la frialdad, la reserva, el odio, la traición, se esconden frecuentemente bajo el velo uniforme y pérfido de la cortesía", lo que nos demuestra la baja condición humana, pues no solo hay que reprobar nuestras debilidades sino la intencionalidad de ser ruines y perversos hacia nuestros semejantes cuando aparentamos hacia ellos nuestra estima, fidelidad y servicio, siendo en realidad, en muchas ocasiones, una cortesía simulada a través de una fachada simpática, amable y ceremoniosa, tras la que se esconde la vil mentira. Somos "corteses", de forma fingida, con aquellos que ni siquiera su presencia podemos soportar, porque tenemos que "actuar" ante los demás, de forma hipócrita, para que éstos vean que nos llevamos bien, que les estimamos y que somos incluso leales y generosos con ellos.
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Hay una oculta cortesía en los niños, difícil de manifestarse, porque su espontaneidad le impide ser hipócrita y embaucador |
Y es que no hay ningún esfuerzo en tratar de ser cortés con muchos de aquellos para quienes nos interesa actuar así; pues se dice que "la cortesía es como el aire de los neumáticos; no cuesta nada y hace más confortable el viaje". También, en mi oficio de "observador de la vida", he conocido a gente, algunos amigos míos que, con su astucia y sutileza, e incluso mostrándose "encantadores", han conseguido mucho más que otros que se sirvieron de la prueba de su sobria pero correcta disposición. Y éste es el objetivo, en muchas ocasiones, precisamente de mostrar nuestra falsa cortesía: eliminar dificultades e inconvenientes, propiciando la situación y el ambiente, en el camino para conseguir un fin, para hacer más fácil un propósito.
Realmente, hay una conducta social que está "de moda" en el panorama de las relaciones humanas: el cinismo de la cortesía. Es algo que no solo lo vemos o lo intuimos, sino que lo demuestran, después, los hechos de las personas que nos han engañado con su "dibujada y perfumada cortesía". Es el descaro con que se utiliza la gentileza, la sonrisa y las formas elegantes para esconder su animadversión, su irreprimible envidia o su enmascaarada enemistad. Es la desvergüenza y la mentira con que se muestran esos modales amables y correctos para disimular la burla, la deslealtad o la traición con que se nos va a responder después, una vez que se ha escenificado la secuencia de esa "ceremonia". Porque, en ocasiones, es la desfachatez de manifestar una escrupulosa actitud de cortesía hacia alguien, acogiéndole y atendiéndole correctamente, para dar a entender a los demás la buena relación o sincera amistad con ella, cuando lo cierto es que todo es una farsa y una patraña, un montaje envuelto de la más abyecta hipocresía, para engañar a la familia, a los amigos y, a veces, al mundo entero.
Y es que, no olvidemos tampoco, que el cinismo de la cortesía no es exclusivo de las relaciones informales, obligadas en el trabajo o en la rutina de los compromisos sociales más convencionales. La falsa cortesía está presente en el entorno de la familia, en el de las amistades más cultivadas o comprometidas y hasta en la esencia de la pareja sentimental. Claro que la cortesía es la fórmula ideal para vivir tranquila y cómodamente, pretendidamente "en paz", sin problemas molestos de fisuras de convivencia o enemistades; pues todos tenemos derecho a que se nos trate amable y delicadamente, con respeto y atención, incluso siendo afectuoso y cuidadoso, y también a ello estamos todos obligados a demostrar, en lo posible, esa honesta cortesía hacia los demás. Pero, precisamente, por lo fácil que es mostrarse cortés es por lo que nos aprovechamos de esa esmerada actitud encubierta para esconder, a veces, nuestros bajos instintos y nuestra rastrera condición. Y es que es habitual este escenario: vemos como alguien, sin perder su exquisita sonrisa y su deferencia comunicativa, finge o esconce una atención artificiosa y un trato falso, y sabemos o intuimos, porque a veces lo hemos sufrido nosotros, que detrás "lo está poniendo a parir", hasta llegar a pensar en "resarcirse" de lo que ha entendido como una humillación por la ceremonia o reverencia que se ha visto obligado a desempeñar como compromiso de pleitesía.
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Mientras los adultos vamos "vestidos de hipocresía y de mentiras", los niños, aunque egoístas, se complacen en detenerse para fascinarnos con su deliciosa espontaneidad |
Pero tampoco es necesario que se vaya a actuar, como comportamiento habitual, en la medida de tener que resarcirse de ese trato tan consideradamente etiquetado que se dio. Así que no es preciso hacer uso, después, de la bajeza de esa actitud mezquina. Quizá solo es necesario ser hipócrita, porque, al final, vamos a ser siempre así, porque nos resulta sencillo ir "vestidos de mentiras", aparentando -a veces- lo que no somos, regalando los oídos a unos y otras, porque lo hemos convertido en un hábito y una fórmula para hacer más cómodo el día a día con los demás, con nuestro entorno de amigos, conocidos e incluso desconocidos, porque somos maestros de esa "diplomática picaresca", aunque muchas veces utilicemos el ceremonial y la etiqueta de la amabilidad y la atención con sorna o ironía, movidos no solo por una de esas flaquezas que hemos tratado, sino hasta por la envidia que sentimos hacia algunos de los que nos rodean.
En definitiva, la cortesía es una regla de vida que nos hace más fácil la convivencia y el entendimiento, pero también es un arma mediante la que camuflamos nuestra deshonestidad, nuestras aversiones y nuestros celos y rencores hacia los demás. No podemos evitar las debilidades que nos acometen y por las que nos enmascaramos con esa amable y deslumbrante etiqueta para hacer más fácil nuestra comunicación y la envanecida pretensión de favorecer nuestra imagen, pero no podemos caer en la inmoralidad de la mentira de nuestra sonrisa y de nuestra cordialidad, ni podemos justificar la vileza de nuestras perversas intenciones con aquellos a quienes les hemos demostrado antes la fascinación de nuestra cortesía.
Y no olvidemos, finalmente, que la mejor y más honesta cortesía es la que se expresa desde la elegancia y el encanto de una mirada; más aún, desde la exquisita expresión de los ojos del alma.
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Ángel González "Rusty Andecor"