|
Como tampoco era inconcebible para la Carichi sus sorprendentes amistades, como aquella que tuvo con Suárez en su buen momento. Aquí la vemos, feliz y bien atendida por su amigo Adolfo. |
“Yo
he pasado en los bares horas deliciosas. El bar es para mí un lugar de
meditación y recogimiento, sin el cual la vida es inconcebible. En los bares he
pasado largos ratos de ensueño, hablando rara vez con el camarero y casi
siempre conmigo mismo, invadido por cortejos de imágenes a cual más
sorprendente". (Luis Buñuel).
Eso mismo le sucedía a la Carichi. Pero ella, no solo pasaba
horas deliciosas sentada en una mesa de su bar
“Al Karika”, sino las tardes enteras. Tampoco para ella la vida era
inconcebible sin su “mesa mirador” o
su tertulia en el café, aunque, eso sí,
le gustaba hablar con el camarero, con los parroquianos que se sentaban
alrededor y con cualquiera que entraba o
salía.
El caso es que hace poco menos
de un mes se cumplía un año de ese “gran
viaje”, el que todos tememos hacer un día, y al que se vio obligado
emprender mi tía Carichi, cuando nos dejó sin apenas darnos tiempo a
llamar a su “Don Javier”, su médico
de siempre y por el que no cambiaba nuestra voluntad de llevarla a urgencias del
hospital para que la vieran de su dolencia.
|
Y es que la Carichi no era ella si no cumplía con su ritual de coger su mesa en el bar para tomar su cañita o su vinito con su tapa, y disponerse a leer su periódico. |
De mi tía Carichi aún recuerdo, como si fuera ayer, su costumbre del
desayuno en el “Al Karika”, el bar
que visitaba diariamente para cumplir con el ritual de “ir a tomar su café y sus churros” y de leer su periódico. Era como
una ceremonia a la que no podía faltar un día, salvo cuando enfermaba de su
bronquitis (su “zangarriana”, como
ella decía), quejándose entonces, yo creo que, más que por los trastornos de
salud que sufría, porque tenía que verse encerrada en casa y debía renunciar a
su tertulia en el bar. Porque esa era otra de las razones para acudir a su cita
diaria; la charla tertuliana que solía improvisar con el primer parroquiano que
se acercaba a la barra. Recuerdo, muchas veces, si por alguna razón pasaba yo por
los aledaños del Rollo sobre las 10, en una de esas terribles mañanas de frío o
de lluvia de invierno, pues allá iba la
Carichi a su cita cafetera, sin importarle las inclemencias del tiempo,
aunque eso sí, “toa encorujáa”.
|
Lugar del Al-Karika en donde Rafa y yo vimos por última vez a la Carichi, cuando nos invitó a a los vinos que tomábamos. |
No se me olvida aquel sábado
por la mañana en que mi amigo Rafa y yo tomábamos nuestros vinos en “el Alkarika”, un mes antes de fallecer
mi tía. Al cabo de un rato, escuché a Rafa que me dijo: “Ángel, mira quien está allí”. Efectivamente; allí se encontraba nuestra Carichi, pero estratégicamente sentada en una mesa junto a una de las
ventanas del bar, para controlar y curioseas quien pasaba y quien entraba.
Aquel día, cuando se iba, se acercó a nosotros para saludarnos e invitar
nuestros vinos (fue la última invitación que hizo). Todavía me parece escuchar cómo
se quejaba diciéndonos “¡ay, estoy mu
malita!” y, ciertamente, la evidencia de la tos de su bronquitis crónica
nos lo demostró. Pero a la Carichi la
habíamos visto en otras ocasiones en la calle con fiebre y con “mala cara”, además de su tos. No podía
quedarse encerrada en casa: su destino era salir a la calle, sentarse en una
terraza o en la mesa de un bar.
|
La Carichi, celebrando un acontecimiento, con su sobrino Pepe Luis, "en su salsa", con su copa de vino y en un bar. |
A la Carichi no le importaba entrar en un círculo de tertulianos
ajenos a ella, aunque estuviera sola. Sin una formación y preparación necesaria
para ello, no le preocupaba meterse en un entorno social, cultural, político o
de índole exclusivamente intelectual; porque para hacerse partícipe sabía
aportar su chispa, su ingenio y sus ocurrencias, recurso más que suficiente, a
veces, para defenderse en cualquier encuentro, tertulia o debate.
Recuerdo que hace ya bastantes
años, durante el mandato de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, nuestra Carichi se afilió a UCD, el partido
que entonces gobernaba. En aquel tiempo tuvo ocasión de relacionarse con toda
clase de miembros del partido y de algunos otros que ocupaban altos cargos en
el gobierno. Tanto fue así, que todos supimos de su buena relación con el
propio Suárez cuando éste ostentaba nada menos que el cargo de presidente del
partido y del gobierno de la nación. Y como prueba de ello, aquí queda una de
sus fotos con su querido Adolfo en un momento entrañable de uno de sus
encuentros con él.
|
También en una terraza de bar, la Carichi en compañía de su sobrina Juani y su sobrino-nieto Angel Mari, de vacaciones en Fuengirola, disfrutando de un helado |
Como quiera que sea, la Carichi era uno de esos personajes de
este pintoresco mundo que buscaba, simple y “desesperadamente”, el calor de la gente, la cordialidad de su saludo y el
mensaje adulador para con su acicalado y su compostura, pues no dejaba de
creerse que tenía… veinte años menos. Y ese calor, ese trato y los contertulios
los encontraba, sobre todo, en el bar. ¡Ah, se me olvida!; y es que sabíamos
cómo disfrutaba de las aglomeraciones que se producían en los acontecimientos
festivos o casuales, pues le gustaba meterse en el centro del follón
para participar de la bulla. Nos
decía después: “¡Qué gentío…!”
La semblanza de la Carichi, aquí… bueno, es una forma de
empezar a tocar un tema de mi admiración y cariño por los bares y cafés. Lo
cierto es que, hace mucho tiempo, comencé a darme cuenta de la necesidad de
acudir al esparcimiento sosegado y, curiosamente, ensoñador, que a veces te
proporciona el café o el bar. Porque, no solo se muestra como un santuario de
personajes pintorescos y, en ocasiones, surrealistas, si no como el refugio que
cobija a quienes tienen necesidad de romper con sus estrictos modales, su falso
recato y su pose educada, para, con ello, resarcirse comportándose con actitudes
más naturales y con un lenguaje más sencillo y, si cabe, grosero, también como para desahogarse
del rigor de las reglas sociales y de la imposición de las conductas más
hipócritas. Y eso... me podéis creer, me ha reconfortado siempre y me hace sentir liberado del resto
de la carga y de la presión del día.
Pues el café o el bar, ese que
tenemos más a mano cuando salimos a la calle puede ser nuestro bálsamo para
aliviar las tensiones de nuestro trabajo, la ansiedad de esos estados de desánimos
o de “sinsabores” que aparecen algunos días, y hasta el remedio para
reconfortar el desconsuelo de nuestros desencantos, como si se tratara de una
clínica a la que vamos para una cura de reposo. Suele ser, en estos casos, ese buen lugar que nos tonifica y donde nos
recuperamos, con la naturalidad del comportamiento de sus parroquianos, y en
los que nos enteramos casi del secreto de sus vidas, pero no porque el saberlo
nos importe, sino porque nos hace más humanos y sencillos cuando vemos la
semejanza de sus suertes y miserias o las de sus alegrías y desilusiones. Pero
también es el refugio de quienes necesitan desahogarse de sus frustraciones, no
solo con el alcohol sino con la conversación del contertulio, con quienes, en ocasiones, ven una milagrosa sintonía emotiva o en quienes,
como si se tratara de un “alma generosa”, encuentran la
comprensión o el consuelo que los más desesperados buscan.
Y ello, sin olvidarnos de que,
al menos, tradicionalmente, parece que el café o el bar “se inventó” para quedar
con aquel viejo amigo que no vemos desde hace tiempo, para convenir con una…
misteriosa cita, o para disfrutar de los encuentros habituales con los
amiguetes, colegas o compañeros de trabajo. Aunque no podemos dejar atrás el
encanto de ese café-music o de ese piano-bar, en los que buscamos la celebración
de un concierto de jazz, de la actuación de un determinado artista o de una discreta sesión de música ambiental.
Pero, además, el café, la
cervecería o el bar de copas, todos ellos, tienen una virtud consustancial con otra
de las funciones que presta en relación con el esparcimiento: distraer a la
mente ocupada en un conflicto o preocupación, relajar un comportamiento incómodo
e irritable producido por un ocasional suceso, por el trato cotidiano
insatisfecho o por la misma rutina. El ambiente del lugar, relajado y ajeno al
desasosiego de nuestra apretada actividad o de la turbación de ese conflicto, a
veces, tiene el poder de distraer nuestra mente fatigada y de distender nuestras
tensiones, además de devolvernos parte de la tranquilidad perdida.
En mi calidad de “jubiloso”, al que el paso del tiempo le hizo dejar los hábitos y el rigor de su oficio,
dejé atrás la necesaria costumbre de recuperarme y “refrescarme” durante aquella
media hora de café merecida y con el
que, muchas veces, lo que hacíamos era comentar cuestiones de trabajo, intercambiar
opiniones y poco menos que llevarnos la
oficina al café. Aún así, tengo que decir que mi “desconexión” no ha sido
completa, pues ese café lo comparto casi a diario, allí en el Copacabana, con la buena gente del trabajo al que pertenecí en su día. Es cierto
que no es válida ya mi opinión, pero siempre gratifica conocer el estado de la
gestión en que uno mismo participó y el aliento y apoyo que aún puedo ofrecer a
quienes aún siguen “en el tajo”.
Por lo demás, me vais a permitir una
breve reseña de mi estancia en esos maravillosos refugios, más que para el “sediento”, para el ávido de charlas, tertulias
y comidillas, cuando no para caer en el diálogo y palique de la crítica fácil
de la corrupción de los políticos y poderosos. Para ello, sobre todo, hay que
contar con los vinos de mediodía, los miércoles y viernes en el “Candi” de Chuchi, con Juan Garodri o Antonio el del “oficio bonito”, en el que ponemos nuestro granito
de arena para llevar a “arreglar el mundo
mundial”. O con los del viernes por la noche, también en el mismo “santuario”,
con Rafa, Luis y las chicas, para
aliviar tensiones y sirviéndonos del poder del vocerío. O con ese singular
ritual en la barra del Alkarika con Rafa (ahora en La Abadía), en una tertulia a dos, para convencernos de que la
orografía humana es la base de nuestro equilibrio emocional. Por no dejar atrás
la tertulia relajada y constructiva en Montesol
la mañana de los domingos, con Blanca,
Juani, Rafa, y, en ocasiones, con alguien más de la familia, y para la que
no puede faltarnos nuestros ylleras y
villamayores.
Y es cierto que el café o el
bar no suele ser el lugar preferido por
muchos otros para encontrar ese poder terapéutico al que nos referimos,
ni siquiera para entretenerse festivamente, porque incluso hay quienes, por
razones obligadas para asistir a una cita en un café o en un bar, han de soportar
la incomodidad o desagrado de su estancia en ese establecimiento y durante el
tiempo que el motivo del encuentro requiere.
Finalmente, y esa es la razón
que me ocupa en mi simpatía y afición por el café y por el bar, he sabido
encontrar en su espacio “de color y de
bullicio”, en su atmósfera tranquila y entrañable, en su ambiente espontáneo
y campechano, unas veces cercano, otras foráneo, esa riqueza para el espíritu
que a veces es necesario localizar fuera de la rutina familiar y del entorno
más cotidiano. Y esa riqueza emotiva y anímica ayuda a la mente ocupada en el
rigor de los hábitos diarios y estimula la sensibilidad y la creatividad de
esos otros rincones latentes en la parte más espiritual de nuestra condición.
Estoy refiriéndome a la inspiración creativa, esa que, en mi caso, me llevó
hace algún tiempo a ensayar como “componedor
de versos”, “imaginador de cuentos” o “improvisador de reflexiones”.
Pues he de decir que aquel
lejano y desvanecido “Café Venecia” perteneciente a un universo ya del pasado, me sirvió para encontrar “mi retiro”
intelectual y para entender el significado de las musas. Fue un tiempo en que
comencé a ensayar mi oficio de “aprendiz de poeta”, inspirándome en el perdido
rincón de un viejo y mugriento bar, sórdido pero entrañable, con un telón de
fondo de poesía barriobajera que le impregnaba la caricatura de los personajes
surrealistas y esperpénticos que lo frecuentaban. Estereotipos humanos que representaban
la miseria, la picaresca, la burla y el pillaje, y encarnados en aquellos lejanos Chema, "el Primo", Supermán (el Picio), el Matraca, el viejino borrachín o "la
Florero", todos ellos ya desaparecidos. ¡Ah!, y se me olvidaban los bulliciosos "Romeras", que terminaban ya a las 5 de la tarde los viernes con la cogorza. Sin
embargo, era su humanidad, su bondadosa espontaneidad y su entrañable
ocurrencia, todo el conjunto de sus matices, lo que me hacía sintonizar con un
incipiente filón inspirador, hasta entonces ignorado y oculto en mi
personalidad, que me estimulaba a garabatear y dibujar mis primeros versos.
Recuerdo como improvisaba “mi
estudio” para darle forma a mis primeros bocetos poéticos. En la barra, a un
lado, un café de “tres colores” en vaso, bien cargado y acompañado de una
magdalena. Solía ser “mi cuota”,
necesaria para poder disfrutar de mi
despacho a la vista del público. Delante, una servilleta de papel o una
vieja agenda de “la caja de ahorros”
con unos versos corregidos y emborronados como titular para dar color a un
poema. Y la descompasada voz del camarero ordenando a aquellos extravagantes y
desastrados habituales parroquianos: “¡callaros,
coño, que Angel va a escribir sus versos!”. Era el ritual. Era mi oficio
durante la media hora de mi descanso laboral. Era la forma de descargar mi estrés,
de liberarme de tensiones, de aliviar mis preocupaciones; pero, sobre todo, mi “bulevar” para escapar a mi “lejano
universo”, recreándome en el papel
que solía elegir como héroe de mi escenario imaginativo, con todo un perfil múltiple
de personajes inventados por mí como “Capitán
Iluso, vigía de brumas de mi cuento, aprendiz de poeta y pintor de
desvaríos, amador de sirenas y de sueños, campesino de tristezas y cantor de
los besos mojados de lluvia y a la magia de la soledad”
Y… ¿porqué no dedicar a los cafés y bares un entrañable detalle de
añoranza? Porque… me gusta recordar los
bares que amé, los que me dieron aquel encuentro, me sorprendieron con una
visita inesperada, me hicieron soñar… tal vez con un destello. Pero también me gusta ponerle un marco a aquellas escenas,
mojando el gaznate con una “hartáa” de
vino” o “pegándome un buen pelotazo”
con la mejor compañía. Sin olvidar aquel
cuadro “colocado” en el bar de “La Toñi” en Cáceres, en que, tras una
reunión, Miguel, Modesto y yo,
después de la cañas, terminamos con las existencias del vino de pitarra (pues
cuando pedimos más al camarero: “¡ponnos
otra ronda!”, éste nos contestó “¡pero
que ronda, si os habéis bebido todo el vino!”), hasta seguir con tal rosario
de whiskises que casi cantamos “¡y nos
dieron las 10 y las 11 y las 12 y la 1 y las 2…!”. (Menos mal que Luis y David vinieron a por mí, porque yo ya… terminé…
contento, primero, agarrando la barra del bar, para que no se cayera; luego, sentado
en el umbral del bar y ligándome a un policía municipal que pasaba por allí; y
después, en casa de Modesto, no sé si tomándome otro whiski o un café solo con
sal).
Y para terminar, ya que
empezamos con Buñuel, mejor terminar con él. Pues así describía el estado en
que uno ha bebido hasta marearse: “Casi
siempre se trata de un ritual delicado que no te lleva a la auténtica
borrachera, sino a una especie de beatitud, de tranquilo bienestar, acaso
semejante al efecto de una droga ligera”. Y añadía: “Es algo que me ayuda a vivir y a trabajar”.
Lo que sí es cierto es que, y me gustaría resaltarlo... siempre puedes encontrar un café con una mesa situada en el lugar estratégico (como buscaba mi tía Carichi) para observar el teatro del mundo, el color impresionista de la escena que se representa delante de nosotros y esa mágica contribución que hemos de añadirle y que extraemos de nuestros sueños. Bueno... es necesario una botella de licor encima de nuestra mesa, un elixir que nos haga viajar a ese estado de "beatitud", de que nos habla Buñuel, Pero..., tal vez, si no encontramos nuestro "destello", tenemos que abstraernos de la secuencia más cercana y hasta de quien... pretende representarla, sobre todo si su única pretensión es "distraernos" con su borrachera.
-
|
La Carichi siempre tenía una mesa para
observar “el teatro del mundo”.
A ella solo le bastaba un café y una buena
compañía. Aquí la vemos,
en sus buenos tiempos con sus amigos “la Meme”, José
Lisero y la Vicenta
|
Ángel González "Rusty Andecor"