Deberíamos buscar la buena y justa complicidad, tal vez, en los ojos de los demás. |
Sería fantástico encontrar una maquinaria de altísima precisión que ajustase en el tiempo el instante más afortunado, el más feliz, para detenerlo y disfrutarlo así eternamente. |
Sin embargo, podría ser que todo ese movimiento del reloj del tiempo, de la sensación de su transcurso, dependiente de nuestra etapa cronológica, de nuestro momento de la vida, sea lo que nos produce la apariencia de la brevedad o de lo inconmensurable del tiempo, de la futilidad de un instante o de la insoportable durabilidad de una escena o acontecimiento.
Decía mi amigo Juan Garodri que "el tiempo nos envuelve con la densidad de la niebla y creemos que vamos saliendo de la envoltura neblinosa, aunque es un engaño de la percepción, pues dejamos atrás la niebla pero nunca se acaba definitivamente...". Añade Garodri que "delante de nosotros seguimos percibiendo esa presencia, esa niebla...". Y presumo entender de su visión que "su envoltura encubre las agujas del reloj del tiempo, dificultando su ajustada marcha, con el riesgo de provocar su fatal parada, en vez de detener el instante y eternizar felizmente su tiempo".
En definitiva, esa última feliz posibilidad es la esencia de aquella frase que "alguien", hace muchos años, me dijo una vez. "me gustaría que este momento, al menos este instante, no se terminara nunca". Y es un deseo imposible; al menos, demasiado fantástico. Pero... todos sabemos que hay "magia" que todo lo puede. Porque... "hay relojes que marcan la hora de un instante en el que se puede recrear una vida entera".