que está ahí fuera, detrás del paño
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“Si queremos que ese mundo
quizá extraño, inquietante
debemos sonreírle nosotros antes a él,
aunque lo veamos tan... tenebroso.
Si el mundo ve nuestra sonrisa…
podremos seducirle y seguro, seguro
que él nos sonreirá también”
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Por eso debemos aprovechar esa claridad de optimismo que tanto deseamos que permanezca en nosotros, esa luz de nobleza que enaltece algunos fragmentos de nuestra vida, esos instantes sinceros y confiados con la aparente bondad luminosa que desprende ese mundo inquieto y receloso, antes de ser víctimas de esa plaga de vanidad y cinismo, de amoralidades y de mentiras, que cubren… la mayor parte de nuestra vida.
Pero, además, a veces hay que engañar a ese mundo que nos acecha con sus fascinantes colores, que -no olvidemos- que son los que ven nuestros ojos, pues tras su resplandor está esa capa de mugre y ese matiz pútrido que cubre la inmundicia de toda la bajeza de nuestra especie. Por eso, un arma inteligente para combatir ese mundo, que a veces se muestra insensible y materialista, es sonreírle y hacerle ver que tú eres feliz. Precisamente, una vez se me ocurrió reflexionar sobre la felicidad y pensaba: “No se puede buscar la felicidad entre el mundo que nos envuelve y fustiga, mostrándole que somos infelices, porque el mundo suele ser cruel con la desdicha ajena y no es tolerante ni compasivo con quien sufre, cuando tratas de pedirle a aquel que colabore en su felicidad”.
Por eso, me gustaría referirme aquí a aquel personaje de mi cuento “El coleccionista de citas”, al que solía aconsejar cuando, jugando con la ilusión que nunca había de faltar en el ánimo de la vida de toda persona, pensaba que podía estar privado de una sonrisa o de un mínimo de entusiasmo. Y le decía: “Cuando empieces el día envuélvete de ánimo, de seguridad y de ilusión, porque tienes que desafiar el mundo que está frente a ti; verás que el mundo te envidiará cuando vea tu optimismo. No hagas caso de ese espejo que puede hacerte ver decaída y desesperanzada, unas veces, y limitada e incapaz, otras. Trata de cubrir tus temores y tu dificultad para superarte con esa magia que llevas dentro y que ni tú misma sabes que la tienes, porque la magia está en uno mismo y en lo que ves con los ojos del corazón; no hay magia si no te envuelves de ilusión. Pero recuerda también que tienes que ver esa magia en todo lo que está a tu alrededor, que el mundo no tiene magia si no lo miras con tu sonrisa; pues ese lugar recóndito y fantástico que añoras visitar y contemplar algún día no tendría magia si no soñaras con él”.
Así fue como, durante algunas tardes de la semana pasada, hallándome en la Villa de Madrid, prescindiendo de todos mis compromisos sociales, elegí la soledad para adentrarme en la aventura prodigiosa de recorrer y admirar ese lugar mágico llamado “La Puerta del Sol” y, también, sus aledaños. Solo tenía en mis manos la cámara de mi teléfono móvil para grabar las instantáneas que yo estaba percibiendo en un atardecer al que acompañaba aún ese lluvioso otoño, perezoso por abandonar un tiempo que solo pertenecía ya a una incipiente primavera.
Fueron fotos que hice porque me provocó el entusiasmo de unas imágenes inmersas en multitud de colores, en anarquía de mezclas, en el capricho de una luminosidad tal vez fantasmagórica, y con el toque bellísimo del reflejo de ese agua de la lluvia que cubrían los suelos de una de las calles colindantes que yo contemplaba supongo que interminablemente. Pude captar, además, una doble magia en esa hermosa Puerta del Sol; la primera, aún de tarde, cuando el estallido luminoso de relámpagos y el del estruendo de sus truenos rompían la grisácea tarde para hacerme descubrir el escenario fascinante de un poema en forma de tormenta que, tras desprender su peculiar aroma, me embriagaría al sentirme también agradablemente mojado por la caricia de una suave lluvia. Pero el segundo toque mágico es que, curiosamente, no parecía resultar desapacible el ocaso de un día descrito… tal y como yo lo veía; pues el bullicio de las gentes que transitaban o permanecían en las esquinas o en medio de la plaza, con paraguas o al descubierto, seguían impasibles en su ociosa tertulia o animados entre su frívolo alboroto.
Quizá la muestra de la discreción de mis fotos solo reflejaba parte de esa visión quimérica pero deseada, del mundo en el que, algunos de nosotros, vemos esos hermosos colores en lugares y escenas en las que otros no ven más que tonos mustios y chirriantes, oímos el sonido maravilloso de la vida de las plazas y calles en donde otros no oyen más que ruidos ensordecedores y gritos desentonados, o sentimos el perfume de la lluvia que impregna el asfalto y el del bullicio de las gentes que transitan y pasean en donde otros solo huelen... el frío de las calles. Porque… incluso… la pícara e intencionada sonrisa de esa “terapeuta de desencantados” y voluntariosa "curandera de víctimas de desamores", que me asaltó en la cercana calle de La Montera, invitándome a su bálsamo milagroso, y que parecía espléndidamente envuelta en un ramillete de colores entrañables y confiados, debía ser correspondida con la misma sonrisa que, aunque eludiendo su tentadora receta, habría de gratificar ese acostumbrado tópico malsonante, tan propio del perfil de su oficio; y además... era necesario premiar su mal entendido gesto de invitación con la complicidad de la más elocuentes de esas sonrisas.
Ángel González "Rusty Andecor"
Autor de las fotos publicadas: Ángel González "Rusty", junto con el resto del reportaje, realizadas todas ellas el 23 de marzo de 2010
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