En mis últimas visitas a los
programas de televisión, en los que aparecen esos espantosos espacios de
opinión y debate, y en los que esa opinión es radical e intransigente con los
demás, y el debate se convierte en una disputa acalorada, irreverente y soez, me
veo atrapado en la contemplación, si no de una especie de “teatro” que se
acerca al “reality show”, en otra
panorámica televisiva más deleznable aún: el “circo de fieras” en el que se devoran profesionales de los medios
de comunicación, analistas de opinión (aunque les llaman “colaboradores”), políticos
de baja estopa, personajes del “famoseo”
y personajillos del cotilleo, algún sociólogo y también alguna conocida “estrella”
de no se sabe qué. Todo empieza con una tertulia que pretende ser seria, pacífica
e interesante, hasta que se le añade carnaza. El conductor del programa, cuyo
oficio es más bien hostigar y encender el morbo, procura llevar a los
tertulianos al enfrentamiento. Después, se aprovecha la presencia de algún “vividor
televisivo”, uno de esos cafres (que
siempre se busca para la ocasión) y “se enciende la mecha”. La feroz batalla
dialéctica, más que la discusión, está servida. El espectador se engancha, la
audiencia crece y se cumplen los objetivos de la cadena de televisión.
Esto es lo que aparentemente
conseguimos, cuando algunos de nosotros somos capaces de aguantar el tipo; por
una parte, tolerar la presencia de la ignominia de cómo se reparten los
insultos entre unos y otros, o la de permanecer atentos a la farsa de una
representación. Y por otra, rebajar nuestra dignidad o nuestra cultura para ver
semejantes bazofias y… perder el tiempo, nuestro más preciado tiempo.
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El fraude más grande de la supuesta hostilidad dialéctica entre políticos y gobernantes es la evidencia, al menos aparente, de que todo es una representación teatral. |
Pero hay más. Y para mí, esto otro
ya es lo que más me hace pensar en la degeneración del respeto, de la dignidad
y del resto de los valores humanos. Porque, aún pensando en la posibilidad de
que haya teatro en el show de esa mesa de debate, los tertulianos que pueden
estar representando su papel, comienzan a alzar la voz de forma grosera e incontrolada,
sin dejar terminar la exposición de su oponente en la discusión, se vuelven
intolerantes con las opiniones adversas, se muestran barriobajeros y hostiles, porque
llegan a la infamia, al insulto y a expresar con sus miradas y gestos un
incontenible odio.
Pero… ¿cómo se puede llegar a
tal conducta? Y lo cierto es que no hay que andar muy lejos para seguir
contemplando cómo se desenvuelve "la jungla humana". La televisión la tenemos muy
cerca y a “la orden del día”. Pero, a través de ella y del resto de los medios
de comunicación, no tenemos más que ver los foros de nuestros representantes de
las distintas cámaras legislativas, de los gobiernos y de sus respectivas
oposiciones. El ejemplo que nos dan no difiere mucho del “reality show” de la tele, solo que ese “espectáculo” es aún más
bochornoso e infamante, pues si la televisión, a veces, solo pretende el
entretenimiento a costa de una representación teatral, en donde "todo vale" y a través de un debate
de opinión, los enfrentamientos y la conducta de los políticos y gobernantes
nunca debería ser fingida, salvo que, aparte de enseñarnos la indecencia de
unas formas y de sus "reglas de juego", pretendan engañarnos más aún de lo que ya nos engañan.
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Pienso que el desprecio más ofensivo que puede recibir un pueblo de sus gobernantes es el engaño y la farsa de su representación ante sus ciudadanos. |
De todos modos, no es esta la
ocasión para reprobar la inmoralidad, la mentira y la decadencia de la clase política, de los poderes económicos y de quienes llevan nuestra imagen al resto del mundo. Pues ya lo dijo un "servidor", Rusty Andecor:
En la
escena de ese mundo de truhanes del poder,
que no es
el tufo del político, ni el hedor de esa gente;
es su
engaño, la moneda que les queda,
su vileza
y su moral indecente,
es su
rastro corrompido
y la
perversidad de su mente.
Es la evidencia del deterioro
del trato humano en cualquiera de los ámbitos de la sociedad; en el entramado de las
relaciones humanas en donde se debaten sentimientos, a veces controvertidos, y en donde afloran toda una completa
gama de valores negativos que representan la arrogancia y la prepotencia, por
un lado; la envidia y la codicia, por otro, y hasta el desprecio y el más encarnizado de los odios.
Tampoco es el momento para
hacer una crítica a la “inmensidad” de toda una sociedad sujeta a los convencionalismos de la
insolidaridad y la deslealtad, del egoísmo y los intereses de cada uno, de la frivolidad y la
falta de ética, o de la vanidad y envidia ajena.
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La mentira y la deslealtad forman parte del desencanto de los niños, que se desmoronan cuando perciben la hipocresía y la falsedad de nuestra condición humana. |
Yo busco algo más próximo, algo más cotidiano. Pues es, más bien, la parcela de
cada entorno familiar, de los amigos cercanos, de los compañeros y cómplices,
la que me interesa y la que –supongo- que os interesa a vosotros, porque es la
que tenemos delante, la que observamos e intentamos desmenuzar, y en la que buscamos
una explicación o, si no la encontramos, una reflexión para poder convivir con
ella. Porque, en ese espacio humano también hay mucha mentira e hipocresía, mucha
forma desquiciada en el trato personal, poca tolerancia y poca comprensión y
mucho egoísmo. Y lo más terrible: mucho resentimiento.
Ahí es donde yo quería llegar.
Pues todos sabemos de esa crispación, de esa hostilidad que adquirimos contra nuestros amigos, familiares o conocidos, cuando nos hemos sentido ofendidos, despreciados o maltratados, de alguna forma, por ellos. Y
sabemos de ese sentimiento que nos perturba y nos agita, a veces, hasta
enfurecernos, cuando, por causa del malestar, dolor o sufrimiento que nos
ha producido alguien, le respondemos irritados, enfadados, llevados por nuestra animadversión, rencor y odio.
Es el resentimiento humano.
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El resentimiento nos empuja, a veces, como una pasión desenfrenada, a mostrar nuestros instintos animales más bajos, producto del rencor y del odio. |
Lo cierto es que, a veces, mostramos ese resentimiento, sin que haya una causa
justificada para disponernos ante tal actitud. Es la apreciación equivocada de
la persona contra la que nos resentimos, porque, o bien hemos malentendido su
actitud hacia nosotros, o bien nos dejamos llevar por la envidia o los
celos, o porque, simplemente, nos ha caído mal o le hemos "cogido manía".
Y es que, unas veces, ese resentimiento es consecuencia de un estado de irritabilidad o de nuestro propio stress, y no pasa de ser una leve animadversión, un enfado o, simplemente, es resultado de la confusión
de un momento de vehemencia. Sin embargo, lo más grave es cuando esa oscura pasión nos lleva al rencor o al
odio.
Y lo que no es menos cierto es que, como observador del resentimiento ajeno y, en el peor de los casos, como víctima de sus efectos, esa desenfrenada pasión es la actitud emotiva que suelo ver, aunque enmascarada tras una fingida cortesía, no de forma aislada, sino a
menudo, en ese ámbito de amigos o compañeros a que antes me refería, o en el
del entorno familiar, que es el que peor llevamos, precisamente porque es el ámbito más cercano y el más inexcusable en la relación. Y es curiosa y desafortunada la simpleza de cómo se produce a veces ese resentimiento; pues una actitud de antipatía, de aversión o de inquina, comienza con una insignificante discusión o con el malentendido de una respuesta o de un gesto, convirtiéndose después en una declaración de guerra de resentimientos
Sabemos que el ámbito de la familia o de los amigos, no es un clima manifiesto y evidente por el que se pueda tomar parte fácilmente para intentar conciliar la tirantez o la tensión de la relación, o para aliviar la hostilidad existente, porque, como dije antes, en muchas ocasiones ese resentimiento está oculto por la hipocresía y por el disimulo de un trato aparentemente correcto. Detrás, se esconde el rencor y cualquier otro resentimiento más o menos ruin.
Hemos visto el origen y cómo se produce, pero entremos ahora en la dinámica de su resultado. Y es que, como se dice, “el
resentimiento no daña a la persona contra la que se mantiene esa emoción, todo
lo contrario, pues el resentimiento está recomiendo a quien lo padece”. Lo que
significa que no tiene sentido dejarse arrastrar por su turbación cuando
el perjuicio y el daño es para nosotros, porque es a quienes más nos repercute. "Si otro te injuria, puedes olvidarlo; si injurias tú, nunca olvidarás", decía Khalil Gibran. Aunque, también es muy cierto que cuando somos nosotros el objetivo de ese desprecio, rencor u odio, por parte de personas que nos importan o queremos, sufrimos con dolor la humillación y la ofensa.
En cuanto a sus componentes, y poniéndonos nosotros mismos en la piel del "resentido", unas veces, es el desprecio que no podemos evitar sentir hacia quienes nos han ofrecido esa inquietante o dudosa señal que nos ha empujado a
disponernos en su contra. Otras, es el rencor, que alimenta en exceso nuestra
animadversión y que llega, a veces, hasta el odio. Porque, en ocasiones, cualquier desviación afectiva hacia alguien cercano a nosotros, en nuestro propio entorno, puede comenzar con ese vanidoso orgullo que tanto nos gusta manifestar cuando queremos "ser más que los demás", o puede mantenerse con una conducta hipócrita y falsa, precisamente para demostrar, a quienes nos rodean, el fraude de un comportamiento que no es el nuestro.
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Si alimentamos nuestro resentimiento a aquellos que nos defraudaron o nos hicieron daño, solo encontraremos vacío, amargura, decepción y mucha soledad. |
Y para terminar, importa mucho, cuando somos nosotros los responsables del resentimiento humano, algo que debemos saber: ¿qué nos queda detrás del rencor, del desprecio y del odio? Pero, sobre todo, deberíamos de preguntarnos: ¿hay algo más provechoso, cuando nos perturba el resentimiento, que pueda satisfacer nuestro bienestar? Porque... detrás de todas esas debilidades humanas solo hay vacío, resquemor, amargura y soledad. El desprecio a los demás solo nos conduce a despreciar nuestra propia dignidad. El rencor es una venganza emocional inútil, que nos lleva a hundirnos en la desesperación de nuestra condición humana. Y el fuego del odio nos hace más débiles y nos despoja de la capacidad afectiva de nuestro corazón.
En cuanto a la respuesta para encontrar la mejor alternativa a nuestro bienestar emocional, cuando nos vemos esclavos de los efectos del resentimiento, deberíamos de tener claro que la vida es demasiado corta como para dar satisfacción al rencor o al odio. Y más aún, tendríamos que pensar que hay instantes maravillosos de la vida, con los que solo podemos disfrutar si no nos dejamos vencer por el placer del resentimiento, y que si invertimos la balanza de nuestra disposición hacia quienes sentimos rencor, odio o desprecio, utilizando el recurso de la tolerancia, de la condescendencia y de la generosidad, habremos vencido a esa maldad latente que se oculta en la debilidad de nuestros corazones y le habremos ganado la batalla a la inmundicia del egoísmo y de la soledad humana.
Dicho de una manera sencilla: "estoy cansado de perder el tiempo, el poco que me queda, desaprovechando la buena amistad y los buenos lazos familiares, cuando, por responder con desprecio o rencor a un amigo o pariente, aunque se lo merezca, pierdo la ocasión de disfrutar de su buena compañía y, tal vez, de su afecto". No hace mucho, me dirigía así a un personaje amigo, ya muy lejano: "El empeño en alimentar nuestros desprecios y rencores es como regodearse morbosamente en el pánico de una noche de tormenta; un empeño que nos lleva al infortunio de privarnos de la esperanza de reencontrarnos con la bondad del ser humano".
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Ellos ven cómo el sol vuelve a brillar en el horizonte, entre las nubes; ni siquiera necesitan que transcurra la noche y tengan que esperar a que les sonría la aurora. Ahí, en ese
tranquilo atardecer, dos niños abrazados y cuidándose
el uno del otro; saben que la esperanza la tienen
delante de ellos, quizá viéndose ahí reflejados en la
serenidad y en la transparencia de esas aguas cercanas. |
Comenzaba con un panorama inquietante y desalentador; el de la indecencia de los políticos, el de la burla de los gobernantes, el de la corrupción de los poderosos, el del espectáculo barriobajero de las tertulias y debates de la televisión y de las convocatorias y encuentros públicos; en definitiva, el de la mentira y la inmoralidad de los personajes públicos. Pero... ya lo sabemos: el mundo está corrompido y hay destinos que... ¡están muertos! El mundo cercano y los destinos que más queremos los salva la esperanza. Y, como dijo el poeta, "No se puede llegar al alba sino por el sendero de la noche".
Finalmente, deciros que le he pedido al poeta y ensayista libanés Khalil Gibran que me preste sus palabras: "Por muy larga que sea la tormenta, el sol vuelve a brillar entre las nubes", pues "en el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente".
Por cierto, necesito respirar hondo y soltar el mensaje que encontré también en esa cita del sabio Khalil, esa que dice: "Y en mi locura encontré la libertad y la seguridad que da el que no le entiendan a uno, pues quienes nos comprenden esclavizan algo de nosotros".
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Ángel González "Rusty Andecor"
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A veces, solo tienes que fijarte en unas rosas, como estas, allá en mi casa de campo, para darte cuenta que ya llevan tiempo sonriendo y viviendo esa "primavera palpitante" (Así las fotografié hace un par de días) |