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Deutsche Grammophon, por su parte, presentó su primer LP en la Feria alemana de la Música, en Dusseldorf en el 1954 y desde entonces el disco negro, como se le llamaba popularmente al acetato de vinilo, tanto en sus versiones single, EP o elepé, fue el rey de los tracks o pistas, hasta que en 1985 comenzó a ser desplazado por el CD-Audio, por su menor tamaño, mayor durabilidad y una superior brillantez acústica.
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El hecho es que han pasado 54 años desde que la Columbia fabricara en España los primeros microsurcos de vinilo y que durante la primera década de su aparición comenzara a producirse una revolución en el mercado de la música moderna, ante acontecimientos como los nuevos sonidos vocales e instrumentales o el diseño de las portadas o cubiertas que enfundaban el nuevo disco.
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Precisamente, toda una conjunción de diseñadores, tipógrafos, dibujantes, ilustradores y fotógrafos elaboraron propuestas para un mundo de innovación y creatividad artística, que debía satisfacer a un público discófilo asombrado y fascinado por tal descubrimiento en esos comienzos de los 60. Indudablemente, la música clásica y el jazz no podían estar ajenos al formato, pero el aficionado a esta otra clase de culto prestaba más atención a la actuación “en vivo” del intérprete o a su audición en la radio que a la propia novedad.
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Era evidente que se establecía una relación inmediata entra la música de un disco y la imagen de su portada. La promoción a través de los medios apenas existía entonces. En España fue la revista Discomanía, las Listas de éxitos o el “Hit Parade” y algunos programas de radio los que empezaron a publicitar las creaciones musicales y sus intérpretes. Los Festivales de San Remo, Benidorm y el de Eurovisión dieron un empuje en la promoción. Al mismo tiempo, los primeros devaneos personales y sentimentales de los autores y cantantes (como el que se produjo con aquel trágico desenlace del cantautor y poeta Luigi Tengo, en San Remo) enarbolaron un tipo de formas de promoción que aún hoy es, a veces, un estímulo para que el consumidor se fije en el trabajo de los artistas, más allá de su calidad o de su interés discográfico.
Pero sobre todo hubo un fenómeno que no solo ayudó a la difusión de las grabaciones sino que cubrió los espacios de entretenimiento y ocio entre las jóvenes generaciones, y que, tal vez, era el más interesado por las discográficas en la promoción. Ocurrió que a través de aquellas primeras gramolas y tocatas de maleta, es decir, de los inolvidables pick-ups, así como de los microsurcos de vinilo, se comenzó a dar vida a una música que rabiosamente iba a imperar con más fuerza y dinamismo que a través de la radiodifusión o del consumidor exclusivamente personal que disponía de su ostentoso mueble tocadiscos.
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La irrupción del rock y del twist, junto con la invasión británica y la “chansón” francesa, además de la música ye-yé, la canción protesta y la “nova cançó”, supuso el destino de todo un sinfín de discos de vinilo en los lugares de reunión de aquellos jóvenes de los 60, ansiosos del único aliciente para el esparcimiento que entonces, apenas, podía encontrarse. Aquellas reuniones de jóvenes dieron lugar al nacimiento de los “guateques”.
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Así pues, esa revolución musical empezó a traducirse en nombres legendarios. En España fue la aparición de Los Cinco Latinos, El dúo Dinámicos, Los Tres Sudamericanos, Los Sirex, y más tarde Los Brincos y Los Bravos, que, con el atractivo de sus portadas, serían el centro de atención de aquellos “santuarios” para su audición y baile, por su llamativa novedad y por el ritual del propio vinilo: el long play que manejaba y pinchaba el disk-jokey de turno con aquella nostálgica aguja en su pick-up.
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Pero además, junto a nuestro patrimonio nacional, comenzamos a atesorar joyas como Elvis Presley, Paul Anka, Dean Martin, Beach Boys, Beatles, Simon & Garfunkel, entre otros muchos; todos ellos, sobre todo, porque estaban en la cima de la popularidad.
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Luego, y de una forma paralela, el derroche imaginativo y de auténtico lujo se consolidó progresivamente en aquellas cubiertas que enfundaban los vinilos, como el de la aparición del mítico LP “Sargento Pepper” de The Beatles, que marcó un hito en la simbología de diseños y en el mensaje de sus imágenes. Los trabajos eran todo un prodigio artístico e imaginativo, pensado para encandilar a un consumidor eminentemente joven y ansioso de tener en sus guateques aquella explosión novedosa y algo extravagante, entonces, y en una dimensión carente de otra manifestación artística y socio-cultural para aquellas viejas décadas.
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Las colecciones de elepés y de epés formaban parte de un rito en la formación de los guateques que aportaban y entremezclaban unos y otros asistentes, listos para ser “pinchados” en las gramolas de las fiestas, por aquellos solitarios voluntariosos que no tenían la suerte de tener la compañía de una chica y que se consolaba con su digna labor de pinchadiscos. Se almacenaban montones de vinilos por un lado y cubiertas por otro, y se producía a veces aquel momento nostálgico en que las parejas más románticas se dedicaban a contemplar las imágenes de las portadas, mientras se entregaban, embelesadas, en arrumacos y besuqueos. Comenzó a hacerse popular la elección caprichosa de los temas “cara b” en los singles, que no eran precisamente los más comerciales, pero que en muchas ocasiones eran los de más calidad. En fin, todo un ritual merecedor de recordar.
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Había un detalle que nos llamaba la atención y en el que solíamos fijarnos: la marca discográfica. Precisamente aquellos primeros sellos RCA, Record, Columbia, Polydor, junto con los que iniciaron en España la andadura de las grabaciones, como La Voz de su Amo, EMI-Odeón, Belter, Ariola o Zafiro. También, la aparición posterior de los estéreos compactos o las primeras cadenas con los codiciados baffles, comenzó a personalizar, según iba mejorando el poder adquisitivo, los lugares de audición en los rincones y habitaciones de los jóvenes más pudientes o acomodados.
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Los 70 marcaron el inicio del fenómeno “discoteca” y el “guateque” comenzó a perder adeptos y razón de ser. Al mismo tiempo, y ya en la década de los 80, se hizo del diseño de las portadas el lujo más ostentoso y las creaciones más artísticas; además, se mejoró la calidad del acetato, se llegaron a colorear algunos vinilos; la extravagancia no tenía límites para asombrar al consumidor. Los grupos de rock sinfónico y psicodélico, la música experimental y el nacimiento de las “estrella” de la canción contribuyó en gran medida a tal acontecimiento. Cubiertas como las de Stevie Wonder, de Pink Floyd, Cat Stevens, Santana, hicieron de este diseño creativo la cota más alta en la originalidad.
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No se trata, pues, de entender la defensa del vinilo solo como un objeto de culto, un motivo de colección, o como un refugio para gratificarse de las virtudes de una nostalgia incomparable porque formara parte del protagonismo que acompañó a nuestros mejores momentos del pasado, sino también como un elemento para el desarrollo del diseño y manifestación artística, tanto por las posibilidades imaginativas del propio soporte como por el atractivo impactante de sus portadas. Pero, incluso, es evidente, y los propios laboratorios de las principales industrias discográficas lo saben, que el resultado de la “polimerización del cloruro de vinilo” produce, en contacto con la aguja de ese mágico plato, un sonido mucho más cálido y dulce, sin la pérdida de matices del compacto.
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El ilustre autor norteamericano Neil Young dice que el cd, con su formato digital no es música como tal, sino sonido dispuesto en forma de códigos binarios, y así podemos advertir absolutamente todos los detalles de una canción la primera vez que la escuchamos, pero como nada se esconde a la sensibilidad del oído, el cerebro, inexplicablemente, no se siente impulsado a reproducir el cd por segunda vez. Y Young añade “en realidad, no estás escuchando música, sino códigos y dígitos, tonos y frecuencias que recrean el sonido de la música”. El vinilo, por el contrario, siempre depara sorpresas acústicas. Las grandes multinacionales como Sony no sólo publican discos cd,s, sino que crean y desarrollan nuevos equipos de alta fidelidad mediante los que investigan la calidad del sonido y su diferencia entre la naturalidad del sonido orgánico de un acetato y la aparente brillantez y claridad de un cd, que poco a poco produce una sensación de cansancio y saturación.
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En definitiva, el Long Play nunca podrá reemplazar a la tecnología de un soporte digital como el cd, porque éste le ganará la batalla en cuanto a su comodidad y manejo, y por su resistencia a su manipulación, lo que lo hace más seguro en cuanto a la limpieza sonora; pero no olvidemos de aquél que, aún escuchando su ruido de fondo, el crujido de sus rayones o efecto de huevo frito, mientras lo vemos dando vueltas a 33 rpm, un cd “rayado” se convierte en inservible en todo su contenido para su audición, mientras que un vinilo notablemente dañado puede conservar pistas intactas e, incluso, puede ser reparado al menos parcialmente.
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Y no debemos olvidar tampoco dos cuestiones, una en contra y otra en defensa del disco de vinilo, que nos llevan a encontrar su razón estratégica en la permanencia del mercado, en su momento. Con frecuencia, el vinilo fue un soporte que ocupaba demasiado espacio en las tiendas de un centro comercial o especializado, ofreciendo además una sensación de exclusividad que la industria no siempre ha deseado. La potencialidad del mercado debía ampliar sus intereses hacia un producto más ajeno a la música; pues no olvidemos la versatilidad del compacto en ventaja con su ascendiente, el long play; el cd es un elemento accesible al lector más simple e inapreciable, el lp necesita una operatividad y un equipo mucho más complejo y sofisticado. Pero, por otra parte, la música electrónica, techno y otras formas de ritmo, propios todos ellos de escuchar en discotecas y disco-pub, es la que, en soporte de vinilo, prefiere pinchar el dj,s, por sus posibilidades tanto por la alteración de la velocidad de la reproducción como por los efectos que enriquecen el ritual de ese tipo de audiciones populares.
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Finalmente, no lo olvidemos, el disco de acetato o de vinilo, como se le llamó durante las décadas de su apogeo, allá por los años 60, y por antonomasia el Long Play, se ha convertido en el símbolo de la nostalgia en el mágico mundo de la música.
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Reivindiquemos el long play de su destierro y de su olvido; rescatemos todas las piezas que podamos y que fueron las joyas musicales de nuestra época. Hagamos que resurja su magia a través de ese “arte” que tuvo. Y hagamos, también, del vinilo, al menos, ese objeto de culto y de colección, para nuestro disfrute y nuestra recreación artística.
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