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Si tuviera que elegir un lugar en el que vivir para siempre
con quienes he creído... me quedaría en la calle de la lealtad |
Si tuviera que elegir un sentimiento que pudiera definir mi disposición hacia aquellos en quienes he confiado, apreciado y han sido mis amigos, no importa el tiempo que hubiera transcurrido desde que dejé de saber de ellos, no lo dudaría y me quedaría con la lealtad. Si tuviera que elegir un lugar en el que vivir para siempre con aquellos en quienes he creído y me he comprometido a estar a su lado, aún en los peores momentos, no importa que ello me desfavoreciese, no lo dudaría y sabría que he de quedarme en la calle de la lealtad.
Una vez dije que “la lealtad es una virtud que comienza con uno mismo, porque para ser leal a las personas que nos rodean es necesario que empecemos por nosotros y que seamos fieles a nuestros propios principios”, pues ya lo dijo Vicente Alexandre: “Ser leal a sí mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás”; y añadí que “cuando se es leal no caben equívocos de conducta ni desviaciones provocadas por los sentimientos, pues si la pasión, la vehemencia en una relación, la amistad o el amor, cualquiera de ellos, hiere el corazón de nuestro semejante, la lealtad ya no existe”. Y dije también que “la lealtad es una noble actitud que está inherente (o debe estarlo) al apoyo, disposición y respeto de la persona que está, incluso, distante e indiferente a nosotros; porque su compromiso está condicionado al hecho de creer en la persona y de confiar en ella, a pesar de su aparente olvido y abandono”.
Sin embargo, en ese escenario de reconocimiento y concesión de nuestra disposición afectiva, de confianza hacia quien prestamos lealtad, e incluso de entrega material, no prima el interés ni la esperanza del reconocimiento ajeno, ni debe prevalecer la intensidad del sentimiento o la emoción hacia quien nos comprometemos ser leales. Es más, en este momento en que puedo repasar y analizar la escalada de desencantos y desengaños de unos y otros a quienes defraudaron, incluyéndome a mí, pienso que la generosidad que implica la lealtad no es una cuestión de compromiso en el sentido de obligación, ni de fascinación que conlleva el sentimiento del amor o de la pasión, sino que lo es en el sentido de respeto a unos principios de honestidad y de ética que hemos de preservar siempre en nuestro código de honor, por modesto que sea.
Lo cierto es que es difícil mantener ese equilibrio de honestidad con la persona en la que creemos, desde nuestra posición, a veces confusa, al pretender establecer la inalterable fidelidad hacia quien no estamos seguros de merecerla, porque podemos haber caído en una idea engañosa del comportamiento, de los valores o de las intenciones de esa persona, a quien hemos de prestar lealtad. Más difícil aún, si a quien hemos de serles fiel no nos demuestra claramente ser merecedor de nuestra noble disposición, a causa de su ausencia en nuestra vida o de la falta de implicación en las relaciones humanas que a veces exigimos para ofrecer esa lealtad. Peor aún si esa persona nos ha defraudado, desengañado o traicionado. Sin embargo, éste es el mérito de la nobleza de tal virtud y cuando se ofrece jamás se deja de reconocer y valorar por parte de nuestros principios morales y éticos.
Lo cierto es que está ya muy lejos ese concepto caballeroso de lealtad, tan anticuado, hacia quien debemos respeto, consideración y estima, de forma tan ciega e inexcusable, como si de una sagrada obligación se tratara. Y entendemos la lealtad algo más cercano a ese compromiso que adquirimos cuando sabemos que la persona a quien debemos tal sentimiento ha obrado en su momento con generosidad, nobleza e incluso sacrificio, y ha sido merecedora, por tanto, de corresponderle con nuestra fiel disposición.
Pero, dentro de la frivolidad y de la mentira del mundo en que vivimos, la lealtad es también un ejercicio de voluntad para enriquecer nuestra propia nobleza y nuestra propia dignidad, esa de la que, en ocasiones, casi carecemos. A veces se empieza simplemente confiando y creyendo en la persona, porque como decía Séneca “La confianza produce muchas veces la lealtad” y se termina entendiendo la magnitud de tal sentimiento por la implicación generosa del corazón; pues se dice que “La grandeza de las personas se mide por la lealtad de su corazón y la humidad de su alma”.
Hay una gran película, de esas que suelo ver una vez cada dos o tres años, porque son de esas en las que siempre veo algún mensaje que me hace reflexionar; me refiero a "Havana" (Clic aquí). Se trata de una historia enmarcada en aquella Habana de 1959, sensual y prerrevolucionaria, con su aire decadente por el declive que marcó la dictadura de Batista. Sus protagonistas: él, Jack, un jugador profesional de cartas, enganchado a la inmoralidad de su oficio de tahúr; ella, Bobby, la esposa de un activista castrista que apoya la revolución cubana. Sin embargo, no es la historia de amor ni la causa política, lo que importa de la película para mí, sino la transformación de un personaje cuya vida es solo una partida de naipes, porque cuando se enamora todo su mundo y su “moral” se viene abajo. Y es que hay un momento en el que Jack se da cuenta que lo da todo por salvar la vida de quien ha de quedarse con la chica y es así cómo cae rendido por su noble espíritu, por su lealtad hacia su compromiso por ella.
Ayuda mucho, en el eficaz trabajo cinematográfico de Sydney Pollack, la intensidad de la historia que le aporta una turbadora y bellísima Lena Olin y un soberbio y cautivador Robert Redford, además de la magnífica fotografía, ambientación y la inspiradísima partitura de Dave Grusin, que consigue momentos realmente culminantes y emotivos, mediante su hermoso tema de amor.
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"La idea es que no importa lo mal que te vayan las cosas,
ni lo que te hagan y... no importa, porque siempre
te queda algo; es decir un diamante" |
Quizá conocéis ya la historia y la anécdota que sirve de desenlace, pero yo no me resisto a dejar de recordarla aquí, comenzando por relatar aquella escena en la que vemos una actitud de Jack que revela cómo se ve seducido, cuando se enamora perdidamente de la chica.
-Te conseguiré un pasaje cuando quieras y a donde quieras –le dice Jack a Bobby-, este mundo no es muy seguro para ti.
-¿Por qué haces esto? -pregunta ella.
-Por los viejos tiempos. -responde él, añorando tal vez, la nobleza latente de sus sentimientos, quizá, sin percibir aún el espíritu de lealtad que le hará cambiar su moral.
Después, hay otra escena íntima, en la que ella descubre una cicatriz en un brazo de él.
-¿Qué es esto? -pregunta Bobby.
Él duda y por fin le dice que es un diamante. Entonces ella insiste.
-Conocí a un viejo jugador cuando era niño, ya sabes un tramposo, un fullero -le aclara Jack-; me enseñó cómo se había hecho coser un diamante en un brazo por un médico, así que estando en Yokohama me compré un diamante y me lo cosió un japonés.
-Verás... -continúa él-, la idea es que no importas lo mal que te vayan las cosas, ni lo que hagan y... no importa, porque siempre te queda algo; es decir, un diamante.
-¿Aún piensas de ese modo? -le pregunta ella.
-¡Ah!, entonces era muy joven... sí..., aún.
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Boby: -¿Me estabas esperando? Jack: -¡Toda mi vida! |
Casi al final de la película, después del triunfo de la revolución castrista, hay una escena en la que Bobby encuentra a Jack en la terraza de un restaurante.
-¿Me estabas esperando? –pregunta ella.
-¡Toda mi vida! –responde él.
-¿Cómo conseguiste que le soltaran? –pregunta Bobby, refiriéndose a Arthur, su marido, que había sido apresado por la policía secreta de Batista, sin esperanza de encontrarlo en vida.-Les mentí… sobre algunas cosas –le contesta él.
Entonces ella descubre un vendaje en el brazo, en el lugar de la cicatriz; se da cuenta que ha vendido el diamante para salvar la vida de Arthur.
-No te crees del todo lo que sabes ¿verdad? –le dice ella.
-Sí, lo creo –responde Jack, mientras le declara sus sentimientos y se deja seducir por la pasión que pone en sus propias palabras-. Ya sabes dónde encontrarme.
-Entraré en cualquier casino y le preguntaré a cualquier jugador de póker “¿dónde está Jack?” –dice Bobby.
-Eso es –dice Jack.
Hay un momento en que ella se abraza a él, amorosa, confiada y aún ilusionada. Entonces él la acoge resignado, sabiendo que tiene que perderla.
-Adiós, Bobby –le dice él, mientras, en seguida, se aleja, sin volver la cabeza atrás.
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Jack: -Ya sabes dónde encontrarme.
Bobby: -Entraré en cualquier casino y preguntaré:
"¿Dónde está Jack?". Jack: -Eso es. |
Han pasado 4 años. Jack aparece solo en una playa de Key West, Miami. Aparca su coche y pasea por la orilla, mientras piensa nostálgicamente: “Bajo en coche… no es que la espere, el transbordador ya no hace el recorrido, pero a veces ocurre… veo un barco a lo lejos y algo se acelera dentro de mi; supongo que es la esperanza… Las cosas me van bien; estoy por encima de todo, pero ya no es lo mismo. Me siento con la espalda apoyada en la pared vigilando la entrada, nunca se sabe quién va a entrar; quizá alguien que se haya visto obligado a cambiar de rumbo”.
Bueno… si tuviera que establecer la historia de “Havana” como una referencia metafórica… pensaría: “a mí también las cosas me van bien, aunque no esté por encima de todo. Y… tampoco es lo mismo. Bueno… sé que yo también tuve… un diamante; pero, como Jack, “lo vendí” (o quizá... ¿lo perdí?); lo malo es que en mi caso nadie pudo ver “el vendaje sobre mi cicatriz”. Me siento apoyado… ¿en mis sueños? Vigilando… la esperanza; nunca se sabe quién puede aparecer… en aquellos lugares que yo conocí, algunos ya cerraron, como aquel… Café, otros… A veces ocurre… veo… a lo lejos y algo se acelera dentro de mí, supongo que es… la ilusión, esa esperanza que nunca se pierde. Quizá, como pensaba Jack, el destino “le obligue a cambiar de rumbo”.
Y dejando atrás esa preciosa historia en la que se ensalza la lealtad sobre el amor, me refiero a la película, ¡naturalmente!, vuelvo a mi reflexión sobre tan noble sentimiento. Porque si me conmovieron esas dramáticas escenas, tan intensamente emotivas, que protagonizaban Jack y Bobby, más aún me fascinó observar cómo ese personaje de jugador de cartas, turbio y fullero, amoral y deshonesto, se convieosrte en una persona noble y leal a un principios basados en la renuncia a sus ilusiones y a sus deseos, un sacrificio que le lleva a ese noble sentimiento de lealtad.
Lo cierto es que muchos de nosotros hemos sido alguna vez tramposos y truhanes, falsos e inmorales, frívolos y desleales. Lo cierto es que después, a casi todos nosotros, algo nos ha dignificado y liberado de la esclavitud de nuestro egoísmo, de nuestra arrogancia y de nuestras miserias, porque una luz apacible y generosa, que había en nuestro corazón, nos ha seducido y ha hecho que hayamos sido capaces de emplear ese “diamante” que llevamos dentro para aliviar el calvario de alguien o, simplemente, para endulzar su sonrisa amarga. A veces, incluso, ese diamante nos ha servido para salvar también la esperanza de quien teníamos tan lejos que apenas conocíamos o de quien ni siquiera era nuestro amigo, pero llevados por la lealtad que debíamos a nuestro propio compromiso, como le ocurrió en la historia a Jack cuando tuvo que salvar a Arthur.
Pero a veces, y esto es lo más desalentador cuando consigues ser leal, no todo se mueve por ese código de honor que preserva nuestra dignidad y nuestra nobleza, ni por nuestros principios éticos o morales, ni siquiera por nuestras motivaciones afectivas que conduce, a veces ciegamente, el corazón. A veces, solo obtienes la respuesta más injusta e ingrata a la honestidad de tu actitud. Porque, lo peor de todo se produce cuando esa dinámica decente y honorable se ve perturbada por la desconfianza o el malentendido de la persona para quien hemos sido leales y confunde la lealtad con la obsesión, porque su mente incrédula y a veces retorcida ve tintes enfermizos en la entrega leal de ese “diamante” que “te quedaba”, para “cuando las cosas fueran mal, sin importante lo que te hicieren”.
Porque… aunque estuviéramos dispuestos a entender esa pertinaz lealtad que alguien puede ofrecernos, e incluso tributarnos, como el reconocimiento de una obsesión, convendría que reflexionáramos sobre el significado de aquella cita del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique: “Creo que soy una persona de una sola obsesión, que apuesta por la amistad, por la lealtad, por la fidelidad: tengo todas las cartas a un solo número”. Por no ahondar en la intención de un sencillo poema que escribí, no hace mucho, cuando supe que la lealtad que mostré hacia quien pensé era merecedora de ella fue confundida e interpretada como una obsesión:
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La rosa azul: el símbolo de la lealtad |
Yo fui leal a una promesa, a un ideal, a un destello,
a los azules que evocaron aquel sino bello,puse mi respeto, mi constancia y devoción,
pero mi estima generosa y desprendida,
esa que tanto ennoblece el corazón,
quedó malentendida, equivocada,
y tristemente reprobada, de obsesión.
Sin embargo, y aprovechando el significado que yo he querido hacer a mi última reflexión, al color de esta rosa azul, y también ¿por qué no decirlo?, que no puedo evitarlo, pues ya veis que soy un sentimental... yo quería terminar todo cuanto he escrito con un "brindis" hacia aquellos que, siendo mis amigos, o pariente-amigos, o conocidos, han estado conmigo y yo con ellos, siempre conectados en esa sintonía de complicidad, tan imprescindible, que nos hace vivir en armonía y entre guiños felices. Y como muchos de ellos me lo demostraron regalándome esa preciosa Fender Stratocaster, aquí en la imagen, y lo que significaba, yo les quedo aquí, a ellos y a todos vosotros ¡para todos! "una imagen" con la que intento mostraros mis mejores deseos, como si de un villancico se tratara, a través de estos versos que os escribo y a los que intento ponerles su música, acompañándolos con mi guitarra:
"De mi lealtad hacia vosotros, ante el olvido
y ante ese tiempo que pasó;
de mi recuerdo y de mi amistad
si os he cumplido,
y del trabajo entre compañeros
y compartido en complicidad;
de anecdotarios
de discusiones y de tertulias
y de comidas y de cafés,
os quedo muestra de mi último rastro:
mi reflexión, una vez más
con los latidos de corazones
que os pertenecen y os ennoblecen
y con el brindis de mi lealtad".
Ángel González
"Rusty Andecor"
(Hacer clic en "café pintado en sueños", en el poema, para entrar en ese mágico Café. Pero, sobre todo, no dejes de hacer click en el texto, debajo de la imagen de la despedida de Boby y Jack)