No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida,
ni tengo respuestas para tus dudas o temores,
No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro,
pero cuando me necesites estaré junto a ti.
No puedo evitar que tropieces,
solamente puedo ofrecerte mi mano
para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías, tus triunfos y tus éxitos no son míos,
pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida,
me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides.
No puedo trazarte límites dentro de los cuales debes actuar,
pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos
cuando alguna pena te parta el corazón,
pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos
para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quien eres ni quien deberías ser,
solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.
En estos días oré por ti...
en estos días me puse a recordar a mis amistades más preciosas.
Soy una persona feliz: tengo más amigos de lo que imaginaba.
eso es lo que ellos me dicen, me lo demuestran;
es lo que siento por todos ellos.
Veo el brillo en sus ojos, la sonrisa espontánea
y la alegría que sienten al verme.
Y yo también siento paz y alegría cuando los veo
y cuando hablamos, sea en la alegría o sea en la serenidad,
en estos días pensé en mis amigos y amigas,
entre ellos, apareciste tu; no estabas arriba, ni abajo ni en medio.
No encabezabas ni concluías la lista;
no eras el numero uno ni el numero final;
lo que se es que te destacabas por alguna cualidad
que transmitías y con la cual desde hace tiempo se ennoblece mi vida.
Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero, el segundo o el tercero de tu lista.
Basta que me quieras como amigo;
entonces entendí que realmente somos amigos.
Hice lo que todo amigo: oré... y le agradecí a Dios por ti.
Gracias por ser mi amigo.
---
Siento que el sentido tan etéreo e idealista con el que traté la primera parte de mi reflexión sobre la amistad se convierta, ahora en esta conclusión, en una consideración más o menos detallada, puede que personal, pero también imparcial, de la realidad más dura y decepcionante de esa experiencia que se padece en la amistad. Puede que después de la nobleza y la bondad de todo su valor y del placer de los que la disfrutan, haya que referirse también al desencanto de todo aquello que la confunde, la corroe y la consume o la destruye. No solo quisiera que degustaseis de su contenido, sino que replicarais vuestro desacuerdo, si discrepáis con él; pues no hay en mi ánimo mejor intención que conseguir que, después de leerme, meditéis y saquéis vuestras propias conclusiones sobre la existencia de ese acercamiento humano, encaminado, tal vez, a jugar con la carga emotiva que se produce en la dinámica de la amistad, tratando no solo sus virtudes y provechos, sino sus dificultades y sus deterioros, sus devaneos y sus desengaños.
No quisiera dejar patente que, ante un pequeño tratado que no es más que una reflexión, bien valdría hacer un homenaje al ideal de un sentimiento tan auténtico y de una forma de relación social tan deseada, cual es la Amistad, tratando de buscar ese estímulo preciso y capaz para emprender el riesgo que entraña su experiencia y para fomentar la bondad de su permanencia y perdurabilidad, cuando sabemos de ella que nos va a enriquecer y a reconfortar en su disfrute.
Pero aunque algunas citas literarias enaltecen aún más la figura del buen o mejor amigo, tales como "Todas las grandezas de este mundo no valen lo que un sólo amigo" (Voltaire), "Un verdadero amigo es un regalo de Dios", "La amistad pura sabe de placeres que nunca podrán gozar las almas mediocres" (Jean de la Bruyere), es cierto que el regalo de la amistad, muchas veces se vuelve contra nosotros, unas veces por esa falta de control entre lo que se da y se espera recibir o, incluso, por cuanto se exige de ella; y otras por la frialdad o la aparente ingratitud o crueldad del que recibe la bondad de este sentimiento al no saber, no poder o no querer corresponder a ese afecto en ninguna medida, para compensar el desequilibrio emocional que puede originarse del que sólo ofrece y no recibe nada a cambio.
Sería preciso analizar también el origen de ese descontrol en la reciprocidad de las manifestaciones de la amistad y, en concreto, reflexionar sobre la apatía, desgana o pasividad de una de las partes para contribuir en la dinámica de ese tándem afectivo. Y es que, si en algunos casos la falta de participación en ese clima se debe al único interés en el aprovechamiento ajeno por parte de uno de los componentes -con el exclusivo fin de enriquecerse en el propio beneficio a costa de los demás, lo que resulta muy común en la sociedad materialista de hoy en día y para lo que es frecuente la búsqueda y mantenimiento del amigo ocasional, como dice aquella cita: "¿Quién no busca un amigo como si fuera una mercancía para obtener su propio beneficio?"- en otros casos, se debe a las dificultades para corresponder en la medida del deseo de cada uno, bien por motivos personales o bien por causas socio-familiares. Tanto es así, en este último caso, que el propio amigo que se muestra pasivo puede sentirse frustrado y angustiado por la imposibilidad de ofrecer su contribución afectiva; en este sentido decía Andecor, a propósito de sus "Reflexiones sobre 13 citas literarias de García Márquez": "No hay nada más frustrante que sentirse un buen amigo y no poderlo demostrar ni ofrecer el influjo de su bondad a quien de verdad aprecia, por culpa de las conveniencias sociales, de las trabas familiares y de la imposición del rigor de la hipocresía de las costumbres"
Pero uno de los peligros de la amistad entre dos, o incluso más componentes, es la sistemática y rastrera descalificación o desacreditación inmerecida por otros, a causa de su envidia o de la mezquindad, que busca el único objetivo de destruir esos lazos entre amigos. Incluso, como decía mi compañero y amigo Pepe Bravo: "Situaciones excepcionales, a veces nos muestran estados inexistentes que nos hacen dudar y desconfiar", el vínculo de la amistad puede ser deteriorado o derrotado si no existe un convencimiento de mutua confianza entre ambos que deseche cualquier comentario malicioso o apariencia malsana en relación con una determinada circunstancia o coincidencia inoportuna o desafortunada, y que contravenga la buena relación amistosa y atente contra ella, sin perder de vista un elemento esencial condicionante en la solidez y perdurabilidad de la misma, cual es la tolerancia ante los defectos y equivocaciones del amigo. "No hay certeza de una amistad sólida y duradera si no se ha probado el dulce sabor de perdonar y ser perdonado por los defectos y errores cometidos en el transcurso de su relación", o "La verdadera y más noble amistad se consigue después de superar las dudas y el recelo sobre ese bueno y leal amigo, y -sobre todo- cuando se ha conseguido perdonar las equivocaciones y defectos de uno y otro", decía en ambas citas Rusty Andecor. Sin olvidar que, en algunas ocasiones, "es difícil precisar quién hace más daño si nuestro enemigo con su peor intención o nuestro amigo con la mejor", lo que puede ilustrarnos de cómo puede retorcerse o tergiversarse una buena acción o intencionalidad por parte del buen amigo en comparación con la perversa del que no lo es. Y es aquí dónde claramente falla la absoluta confianza y la creencia de la bondad en una buena amistad.
Y es que, abundando en la ruindad del juicio fácil y la censura infamante y perversa, la estabilidad y la consistencia de una buena amistad puede tambalearse de tal modo que ni la defensa que propugna el buen amigo con su inocencia puede hacer nada por evitar su ruina. Así, decía Andecor, "No juzgues jamás al amigo que te demostró su lealtad y fidelidad, por los rumores y la crítica fácil del envidioso, celoso o mal amigo; pues es posible que aquél no pueda, no sepa o no quiera defenderse utilizando la miseria y la mezquindad, expresando la bajeza de las mismas descalificaciones que este otro utilizó para intentar destruir una amistad", para advertir de los peligros y las consecuencias de la envidia y del rastrerismo. Incluso, dice el mismo autor, porque lo ha vivido: "Por más que protejas una amistad, si hay nobleza y honestidad en ella, más cercana estará la envidia y la perversidad del mal amigo para destruirla, por medio del mensaje malévolo de la mentira y de la infamia para confundir y engañar al amigo que defiendes".
Para empezar, es cierto que una amistad corre el riesgo de dejar de serla -en el contexto de esta reflexión- cuando, en ese camino corto que conecta con la fascinación y la atracción de los sentidos, una o ambas partes se dejan cautivar por el enamoramiento. Y es entre el hombre y la mujer, como pareja más convencional, en quienes ese trayecto es a veces tan estrecho e impreciso que el sentimiento amoroso puede surgir sin apenas ser consciente de notarlo. Decía Jules Renard "La amistad entre un hombre y una mujer es tan sólo una pasarela que conduce al amor".
Y es también, ante esta afectación, cuando no debería complicarse la relación, más allá ante la evidencia del desencadenamiento de una mayor intensidad de emociones o de una tumultuosa, a veces, demostración de la pasión, y ello ante la posibilidad de que uno y sólo uno de los dos amigos se sintiera atraído por el sentimiento amoroso. No cabe duda de que la presión que supondría la inevitable manifestación de la nueva emoción afectiva en un sólo componente haría difícil la relación de esa amistad, salvo si el supuesto enamorado está dispuesto a sacrificar su visible cambio afectivo e incontenible impulso sensorial, renunciando, además, a las pretensiones para que el otro pudiera corresponderle.
Pero ¿es posible la continuidad de una amistad afectada por este desequilibrio emocional? Por lo que respecta al amigo enamorado, podría éste someterse al sacrificio de la inhibición de sus manifestaciones afectivas, porque sabe que la disciplina que ha de imponerse para evitar sus impulsos le mantendrán en la esperanza de impedir la ruptura, y es posible que la propia bondad del sentimiento de amistad del que aún conserva le ayude a ello; pero ¿y la otra persona? ¿hasta qué punto puede soportar, en ese desajuste afectivo de la relación, la presión de la mayor carga emocional de la que, probablemente, va a ser ya consciente? Es posible que, para ésta, las reacciones sean diversas, en cuanto la recepción y el influjo de esas muestras le afecten psicológica y emocionalmente de una forma u otra; desde hacer permisiva la continuidad de la relación por la complacencia que ofrece haber cautivado de tal o cual forma al amigo, lo que, además de halagar el orgullo propio, alimenta aún más su envanecimiento, hasta pasar por sentirse tentado a admitir el morbo del desequilibrio afectivo por la gratitud que puede suponer tal experiencia, o a advertir una lástima o compasión por no poder corresponder a ese amigo como él deseara, manteniendo así la relación al encontrarse incapaz de llegar a la ruptura.
Y aunque "La incomprensión de la intransigencia ante los defectos y errores del amigo hace imposible la continuidad de una buena amistad", según el autor, a veces, no es sólo la desconfianza o las dudas de las buena intencionalidad del hacer diario de un amigo, ni la intolerancia a sus defectos o fallos, o -incluso- al aburrimiento, lo que pueda matar una buena amistad. En ocasiones, incomprensiblemente, también como esa intransigencia, sobreviene un elemento extraño, puede que excepcional, pero inexplicable: la sinrazón de una antipatía o aversión al amigo que hace insoportable la continuidad de la relación. Y es curioso cómo ese desagrado o repulsa puede darse casi siempre en situaciones de ese desequilibrio afectivo a que antes nos referíamos; situaciones en que el que recibe casi exclusivamente las muestras de amistad, sin apenas deseos de corresponder, es el autor de esa aversión que le obliga a romper la relación. Es ésta otra alternativa, pero con consecuencias opuestas a las de la permisión de la continuidad de la previa amistad, la que puede desatar un peor desenlace.
Así, en este caso, es posible que la confusión de la aparición espontánea o continuada de otros sentimientos más emotivos, no admitidos o tolerados por uno mismo, desaten tan dramática determinación de romper de una forma tan hostil, sin olvidar que, en ocasiones la causa puede ser debida a la existencia de otro compromiso sentimental más o menos afectivo, ajeno a la amistad que hace imposible la continuidad de la relación.
No se descarta la posibilidad de que esa aparición emocional permita o incite a una reciprocidad por parte del otro amigo, que -incluso sin quererlo- se vea arrastrado por la dinámica afectiva a la que pueda haber contribuido una sucesión de muestras gratas y bien recibidas, que hayan cautivado y rendido al amigo, más insensible a esa fascinación de nuevos sentimientos o, simplemente, más ajeno a la atracción y gusto del otro.
Sin embargo, es obvio que la acumulación o coincidencia de situaciones adversas o contrarias a la bondad de una amistad pueden contrariar o alterar de tal forma las apariencias que la persona que se siente molesta o recibe el daño se vea obligada a iniciar una enemistad contra la otra, que en el caso de la existencia de una aversión obsesiva puede llegar a un hostigamiento a veces cruel contra ella.
Pero habría que analizar una última razón que deteriore o destruya una amistad, en este caso, más bien entre un hombre y una mujer, desde la misma interioridad de la relación: la del distanciamiento intencionado y la de la demostración fría e indiferente, sólo en una de las partes, cuando con más motivo habría de mostrarse un reconocimiento o gratitud, al haber recibido en otros momentos, de forma continuada y benévola, la entrega del sincero afecto y de la incondicional manifestación, que antes habían sido bien acogidos y aceptados por el otro. Es como si, ante la constante y desinteresada demostración de la mejor prueba y disposición que puede prestar un buen amigo al otro, y a veces incluso, cuando se debió a él en sus peores momentos y en las más difíciles situaciones de necesidad, se pretendiera corresponder castigándole y fustigándole con la indiferencia o el desprecio, como un elocuente mensaje.
Y es aquí, en el contenido de ese mensaje a que nos referíamos en este último caso, en donde nos preguntamos "¿porqué corresponde mi amigo despectivamente ante mi desinteresado y leal ofrecimiento? ¿es que quiere enviarme, efectivamente, algún mensaje con su actitud?" La razón, quizá, puede estar en el conflicto proveniente de su verdadera afectividad ante su amigo, porque no puede corresponder de otra forma; o porque el complejo psicológico que pueda sufrir al no poder compensarle hace que, sin desearlo, demuestre lo contrario de lo que siente, despreciándole sin compasión; o -en el peor de los casos- porque sienta un deseo morboso y placentero de hacer sufrir a su amigo, bien por haber sido comprensivo y bondadoso con él, bien por haberse visto envuelto en una recepción de insoportable agobio afectivo, o bien por no haber recibido el testimonio de otra forma más deseada de manifestación. O, sencillamente, porque, con ese tono de silenciosa o despectiva crueldad, es la mejor forma de cerrar un amistad que ya no se desea.
Y es curioso cómo el amigo receptor de ese afecto y de su disposición incondicional para con él, en muchas ocasiones y cuando ha decidido dejar su amistad, huye de su relación para "volar" ante la búsqueda del otro desconocido y más frío amigo del que hablábamos al principio, con el único objeto de buscar la mercancía de su provecho o la satisfacción fácil y libre de compromiso, o -tal vez- para tratar de liberarse del recuerdo obsesivo y no deseado ya de su antiguo amigo, descargando en ese otro, más fácil y efímero, la frustración de su conflicto o el trauma de su propia conciencia que, quizá, reprobó la ingratitud e inmerecida decisión de no perdonar el error o la equivocación de aquel buen amigo o de no concederle una oportunidad de reconciliación, dejándose llevar así de la triste insatisfacción del rencor.
Pero volviendo a las virtudes de la buena, noble y desinteresada amistad, aun sufriendo, unos y otros amigos, la prueba de los reveses y las ingratitudes de alguna experiencia de esa amistad, y para destacar así sus ventajas y cualidades, deberíamos invocar algunas citas literarias como: "Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba, engánchalos a tu alma con ganchos de acero" (William Shakespeare); "La amistad es como un mismo corazón que habita en dos almas" (Aristóteles); "No hay que mirar cuánto bien nos ha hecho un amigo, sino solamente el deseo que él tiene de hacérnoslo" (Madelaine De Souvre), porque como añadiría Andecor "muchas veces la buena intención para con el amigo nos hace cometer errores"; para finalizar con un pensamiento también del mismo autor: "La amistad puede llegar a donde jamás llegará el amor; sólo el bueno y el fiel amigo podrá llenar el vacío y la soledad que pueda sentir el corazón de su amiga o amigo en un mal momento, porque la persona que él o ella pueda amar -si no es un verdadero amigo- se dejará arrastrar por el interés y el ansia egoísta de la pasión".
Pero me gustaría terminar estas páginas con un par de citas más, porque considero que ilustran de forma muy sutil e intensa el contenido de la intención de estas reflexiones. Una es de la princesa de un cuento que, en la realidad, creo que… no sé si conocí un día, ahora etérea y muy lejana, y que decía "No hay mejor receta para no flaquear ante los contratiempos de los peores momentos que la gratitud de las palabras que hay dentro de las "cápsulas de energía positiva", a las que tanto me aferro y que mi amigo me envía algunos de esos días"; la otra es del propio Andecor: "Nunca podrá lastimarte aquel que no tiene más de ti que una amistad distante y silenciosa, noble y honesta, generosa y sacrificada; y es constante y tenaz por no perderla, sin pedirte más allá de que aceptes sólo el regalo de su afecto"
Por cierto; "Podrás olvidarte de tu amigo, pero no de su amistad".
ñ
"Un verdadero amigo es quien te toma de la mano y te toca el corazón"