Está lloviendo, pero no hay ni una nube en el cielo debe ser una lágrima de tus ojos.
Es gracioso, pensé sentir una dulce brisa de verano
debes ser tú, suspirando muy profundo.
No te preocupes encontraremos la manera
Estoy esperando, esperando un día soleado;
disiparé las nubes, esperando en un día soleado.
Tu sonrisa, nena, trae la luz de la mañana a mis ojos, desaparece la tristeza cuando me levanto.
Estás viniendo para quedarte,
esperando en un día soleado.
("Waiting on a Sunny Day",
de Bruce Springsteen)
Esa mañana había caído una tormenta de agua que amenazaba suspender aquel encuentro con Bruce Springsteen, pero horas antes del comienzo el sol aparecía, tal vez, para hacer honor a nuestro esperado visitante. Yo estuve en ese concierto que, para mi, ha pasado ya a la historia. Creo que ese día, sábado 1 de agosto, The Boss, su banda y otros 34.000 fieles asistentes a esa cita hicimos historia. La magia y el delirio rockero del Jefe, y la complicidad y el buen rollo que se produjo entre él y nosotros durante esas 3 horas de rock en estado puro, nos hizo vibrar a todos. Pero quizá, el primero que más a gusto se sintió fue el propio Bruce Springsteen, seguido de su The Street Band. Entregado, incansable, generoso, sincero, auténtico, humilde y profesional, nos dio una lección de un rock tan genuino que no olvidaremos fácilmente; pero sabemos que él tampoco nos olvidará a nosotros. Quizá, parte del secreto de su música y del éxito de su espectáculo y montaje está en la quimica y en la comunicación que se produce entre, su banda y todos los que, enfervorizados, asistimos, le seguimos y le aplaudimos.
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Sus paseos y correrías, guitarra en mano, al borde de la pista, sus incursiones entre el público más cercano que le aclamaba, la interpretación de la canción que pidió aquella chica que cumplía ese día 14 años y a la que dedicó tan especialmente para ella, aquella con la que bailó y levantó en sus brazos, el regalo de su armónica que hizo a otro niño, después de interpretar uno de sus famosos temazos y de hacerle cantar a él, y hasta el chapuzón de agua que nuestro Bruce propinó a los de las primeras filas; todo ello, servido con su mejor sentido del humor, en medio de su colección de temas interpretados, sin pausa, sin un respiro y sin que su energía se apagase lo más mínimo, creo que a muchos de nosotros nos produjo incredulidad por la experiencia que estábamos viviendo. -
Ni siquiera, después de aquel interminable Twist and Shout-La Bamba, coreado por un público feliz, sabíamos si el propio Bruce estaba dispuesto a terminar el concierto. Era como si los propios compañeros de su banda le dijeran: "Vamos, Jefe, tenemos que irnos, no te dejes llevar por el entusiasmo; mañana tenemos que dar todavía el último concierto en Compostela". Y así, resignado, no muy convencido, pero desde luego feliz, nos saludó agradecido y cariñoso, en el escenario y fuera ya de él, cuando salía del estadio. Después, cuando despertábamos de aquel sueño, muchos de los 34.000 privilegiados compartimos ese delicioso sabor que nos quedó del recuerdo de un memorable concierto, y fuimos a celebrarlo a algunos de los lugares de copas de Valladolid.
Desde aquí, desde este humilde blog ¡gracias jefe, gracias Bruce, por habernos hecho pasar 3 maravillosas horas que no podremos olvidar nunca!
Ocho entusiastas del "Boss", entre los que se encuentran Rusty, horas antes de acudir al José Zorrilla, de Valladolid, para asistir al memorable concierto.
Ángel González "Rusty Andecor"