para el amante del silencio"
"Tal vez, la mejor forma de comunicación y la que más satisfacción produce,
al menos entre dos personas, es la "elocuencia del silencio",
cuando, entre las miradas que se cruzan y las sonrisas que se dedican ,
hay un resplandor mágico, un reflejo interno de vibraciones
y un mundo lleno de insinuaciones y sugerencias"
El caso es que... no hace mucho tiempo tuve ocasión de coincidir con una de esas personas que apenas conoces, pero que, en el breve instante en el que tuve la oportunidad de hacer referencia a uno de esos controvertidos temas del condicionamiento humano, tuvimos dos puntos de vista, quizá muy distintos, para entender el origen de una emoción o sentimiento, cual es la soledad.
Mi amiga se lamentaba de "la falta de empatía entre las personas que nos rodean, de su incomprensión", y me hacía la referencia más común que se produce en un entorno social, concretamente, en una reunión de amigos, cuando "te encuentras acompañada de esa soledad al comprobar como la gente solo se escucha a sí mismo y no atiende a los demás", añadiéndome que "solo tu propio esfuerzo, siendo tolerante con la incomprensión de los demás, podia hacerte sentir menos solo"
Visto así, el perfil emotivo de la soledad, habría que profundizar más allá de aquella referencia que hice en "Mi reflexión sobre la soledad", cuya conclusion fue: "la soledad de estar solo" en medio de la gente, esa en que "sufres" en la compañía del "calor humano" de los que están a tu alrededor, porque no te escuchan ni te comprenden, porque ni te dejan hablar, pues solo se ocupan de lucirse con su vanidosa retórica, su presuntuosa ocurrencia y su frívola arrogancia, puede que -esa soledad- sea la que más defrauda. Pero además, nadie está ajeno en algún momento, al desvarío ocasional de su propia incomprensión, a la desconfianza y rechazo de su estima o a la apariencia de su fracaso. Es en estos momentos cuando, ante la evidencia de la muralla que impone la falta del acercamiento humano o la carencia de tu autoestima, cuando te ves empujado a cobijarte en ese universo reservado y gratificante que mejor te entiende, y en el que encuentras el desahogo de tus frustraciones y desencantos; y ese espacio se convierte, quizá, en tu mejor amigo: tu soledad"
Sabemos de la "sordera" de ese amigo que no te escucha cuando le hablas, mientras, en cambio, se escucha a sí mismo con su "bla, bla, bla"; conocemos al que es consciente de su presunta atracción y gracia, cuando habla y trata de persuadirnos con sus poderes, si no retóricos, al menos supuestamente seductores. Pero, además, sufrimos en la compañía de ese "calor humano" a ese tropel de amigos o compañeros que en medio de la concurrencia que nos rodea se afanan por hacerse escuchar, subiendo su tono de voz, a veces en forma ensordecedora, para entorpecer la réplica o la recíproca comunicación del interlocutor, o tal vez para seguirse escuchando "a sí mismo". Y muchas veces, sabemos de lo insoportable que supone compartir esa tertulia o velada, tan frustrante para algunos de nosotros, cuando comprendemos que no se puede hacer apenas nada al comprobar que ese "protagonismo" de otros es una odiosa "actuación", a través de sus "dotes interpretativas" que extraen de su "vanidosa retórica", su "presuntuosa ocurrencia" y su "frívola arrogancia".
No quiero tratar esta dinámica socio-comunicativa como un compendio o manual de aptitudes y modales para saber comportarse en el ejercicio de "hablar y saber escuchar", pues ni yo mismo sería un buen consejero, ni tampoco un buen ejemplo. Y es que todos tenemos parte de ese vicio en nuestro condicionamiento; tendríamos que ser más receptivos y generosos cuando alguien a quien hablamos tiene derecho, después de escucharnos, a replicar, a dar su opinión o punto de vista y a tener su momento en la conversación. Y pienso, que la mejor forma de entender ese desafortunado alarde no es ponerse en lugar de quienes somos víctima del retórico, arrogante, "gracioso" y, a veces, mal educado contertulio que dirige la reunión, sino de la situación que recordamos o imaginamos, cuando somos nosotros los que entorpecemos esa interacción en la comunicación, de una forma o de otra.
Seguir resignados a escuchar pasiva y distraídamente, distantes y aburridos en la conexión de la conversación, unas veces, o prestando interés e intentos frustrados de intervenir, otras, no arregla el éxito de la participación en la velada. Quizá, solo si transmitimos nuestra aportación, con mesura, sutileza, elegancia y, sobre todo, ingenio, buscando el momento adecuado, podemos no solo conseguir el equilibrio, sino la derrota relativa del protagonista contertuliano que pretende seguir siendo la eterna estrella en esos temidos momentos coloquiales.
Porque, y para concluir esta reflexión, ni la intromisión descortés e inadecuada, poniéndose "a la misma altura" del egoísta y petulante que solo quiere dirigir la reunión, ni el abandono y alejamiento de la intervención, resuelve el justo y merecido equilibrio en el diálogo.
Finalmente; a veces observo, atento, curioso y asombrado a ese "maestro de la conversación", que ¡no para! que siempre lo sabe todo mientras los demás "no sabemos apenas nada", que tiene ocurrencias para todo, que se vanagloria, que no escucha a los demás o que te interrumpe bruscamente cuando tu has empezado a participar, que no le interesa ni tu vida ni la de nadie ajeno a él mismo. Entonces, cuando percibo esa evidencia y me explico su "actuación", caigo "en la cuenta" y pienso "este tío es tonto" (o esta tía), es un "fantasma", un pedante vanidoso, un graciosillo que busca su autoestima con su "ridícula arenga". Y concluyo "éste está mucho más solo que todos los que, pacientes y resignados, tenemos que oírle, sin que él nos escuche a nosotros".