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(Rusty, en la mesa de su despacho rebosante de papeles)
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Es su pequeño momento de gloria hasta que finaliza la jornada laboral, al caer la tarde. Entonces revive a su alter ego, a ‘Rusty Andecor’, apodo que simplifica la esencia de su “rústico corazón” y su denominación popular de “Ángel de Coria”. Es él con la reconfortante libertad que le reporta durante unos instantes la soledad de su despacho. Un poeta improvisado al que acompaña el cuadro de un monarca español como atrezzo de su torre de marfil; en definitiva, están ustedes ante la pasión de un trovador y la idiosincrasia protocolaria de la Administración.
Ni sus incipientes canas, ni su mermada vista, ni la abrasión del paso del tiempo en su rostro. Ni eso, ni su ruptura con la estética del ‘progre’ rebelde por conciliar con el ‘polo’ del cocodrilo. Su inquietud sigue intacta cuando se trata de valorar entre el verso y la prosa su experiencia con el aburrimiento, la soledad o el desengaño. “El aburrimiento es la consecuencia de la cobardía del que teme aventurarse en el desconcierto de sus deseos reprimidos o de los anhelos y la vehemencia de su corazón”, explica en sus reflexiones. Él no sucumbe a su definición. La combate, aunque sea con la pomposidad barroca reconocida por él que revisten sus escritos o con una poesía “desfasada y anárquica, a la que a veces le pongo rima y a veces no”, afirma. “Dejo mis adornos en mis hadas dibujadas y mis versos de anarquía, que no importa ni su rima ni su estilo empalagoso, ni sus lunas tan lejanas”. Tomen nota, y hagan del defecto una terapia.
¿Su valor en el mercado? La gratitud de sus allegados en una respuesta. Así se lo hace saber su compañera y directora Ana Belén, quien califica sus escritos como “un mar de calma dentro de la vorágine del día a día”. Pese a todo, él es muy consciente de sus limitaciones. “Yo sé que no tengo una base consolidada, pero lo hago por una ilusión, y con ella llegaré hasta donde pueda”, dice este ex alumno de ciencias. Es la magia de un funcionario desvencijado en su rol de autómata; La abnegación de quien, con traje y corbata engalana sus horas laborales y con atavíos de bohemio reviste su conciencia; La vehemencia del que combate a Larra para desdeñar su sátira irreverente sobre el estereotipo del apático burócrata en su ‘Vuelva Usted Mañana’, o la prueba fehaciente de que los trovadores van a la oficina.
Apasionado de Vivaldi, acérrimo de Diana Krall y estudioso de bandas sonoras de películas, toma sus canciones durante su estado de catarsis con pluma o teclado en mano para derruir los sinsabores de su oficina “cutre y gris”. Así define los entresijos de sus paredes. No obstante, “hasta en la oscuridad está la felicidad”, apostilla Ángel con estoicismo, en alusión a una frase de película. “El caso es encontrar la manera y el momento de huir de la cruda y perversa realidad. Que no me quiten la paz de mi silencio, que nadie robe mis sombríos atardeceres”, remata con petulancia en sus reflexiones.
Libros y textos de un blog o en una cuenta de gmail, todos ellos plagados de hadas y de princesas; de ímpetu, optimismo y sentido del humor. De referencias a la amistad idílica o al desengaño. ¡De sensiblerías, al fin y al cabo! exclamará el más profano. De inquietudes, dirá el intrépido. De desinhibición, dirá el hastiado. Él lo llama “adicción”. Su vida ha estado plagada de ella, aunque, como supondrán, los estragos de su dosis tan solo resultaron nocivos para la displicencia que sobrevuela al funcionario. Entre sus prospectos, repasa desde la literatura de Gabriel García Márquez al terror maldito de Lovecraft.
A pesar de todo, también tiene sus momentos de autocrítica socarrona. No duda en ensañarse con quien lo merece, aun siendo él mismo, desde su vertiente más costumbrista. De esta manera lo demuestra en algunos de los ensayos que extiende en el correo interno del organismo, en los que toma las fatalidades del ciudadano de a pie para advertir y denunciar la severidad con la que se les aturde. Un alegato con el fin de que, según cuenta él, “comprueben lo que se siente cuando ven a esos pobres pensionistas atravesando los límites que les separa de su desdicha y su impotencia para entender ¡tanta cosa, madre mía!”. Es decir, para constatar “cómo defendemos ‘a capa y espada’ las formas estrictas legales de nuestras resoluciones. ¡Es que somos geniales!”. Así, asegura haber visto “cómo entran desemblantados, pálidos y ‘acojonados’, temiéndose lo peor, cuando llegan con la carta. ¿Es que no os dais cuenta de que algunas son tétricas? ¿Tan metidos estáis en vuestro papel de directores-gestores que no pilláis cómo sufren esos desdichados?”. Por eso, no duda en mofarse de su propia verborrea, y manifiesta su empatía cuando declara su “congojo” al abrir el buzón y “encontrar una carta de Hacienda”.
En sus proyectos de futuro atisba algo grande. “Una novela o un cuento, quizás”. Le resulta un atractivo placebo con el que ya consiguió una mención de honor en el “Certamen de Relato Corto de la UNED” en 2007, en Plasencia (Cáceres), gracias a su obra, La Princesa y el Campesino. “Fue una buena experiencia y me gustaría seguir con la inquietud de lo diario, pero la novela tendrá que ser cuando me jubile, porque ahora no tengo tanto tiempo y además me asusta un poco la idea”. Mientras, continúa intentando encandilar a sus amigos y familiares, y desnudando su visión de la vida o recibiendo alguna burla que otra de su círculo de confianza. “¡Pero cómo te gusta lucirte, ‘cuñao’!”, le expresa ‘Blanqui’ con una sonrisa.