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Mi Yamaha, mi Fender y mis vinilos. Son mis tesoros, los que difrutaré en mi etapa de “júbilo”, quizá, pronto, en “mi boulevard” o en “mi nube”. |
Intencionadamente, titulé “El paso del tiempo de un viejo aprendiz de poeta” al libro con el quise hacer un guiño sugerente y de complicidad a ese año de jubilación que cumplí el pasado mes de enero, y para el que exprimí esa parte de mi "imaginación ensoñadora", con la que "dibujé" mis últimos poemas, algunas de mis otras reflexiones y mi último cuento; todos ellos, que podéis leer aquí, en mi blog. Porque... como decía en la "Conclusión" de mi libro, fue el tiempo, su paso, el que me regaló una etapa para vivir con más detalle esa parte noble y madura que me queda de la vida, y porque ahora… “tengo tiempo” de recrearme en las escenas más cotidianas. Pero, sobre todo, porque, tras ese “paso”, puedo comprometerme a serenar mi torbellino de acontecimientos cosechados en mis etapas pasadas. Y porque, además, puedo “rebobinar” algunas escenas de mi vida para rehacerlas, cambiarlas o, simplemente, “borrarlas”.
Quise apodarme “aprendiz de poeta”, porque siendo aprendiz “diplomado” sé que puedo mantener la ilusión de aprender y formarme, eternamente, en el viejo oficio de la poesía, el más hermoso y fascinante y al que amo intensamente, junto al de la música y la pintura. Quise añadir ese apelativo cariñoso de “viejo”, porque era la forma más precisa de sentirme “sabio de la vida que viví” y la más evidente para verme realizado por el tiempo que disfruté y que sufrí.
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Hay relojes que marcan la hora de un instante en el que se puede recrear una vida entera. |
Por eso acepté ese reconocimiento que me llegó cuando terminé esa etapa, tediosa y difícil, unas veces, y reconfortante y agradecida, otras, y en la que tuve que ofrecer la responsabilidad de mi sabiduría y de mis esfuerzos en el oficio de mi supervivencia, para que el recorrido de mi viaje fuera finalmente fructífero. Y por eso quise llamarme viejo, porque siendo joven, aún de corazón, podía conseguir la dignidad de saborear la parte más serena y reposada de la vida: la de la etapa de “júbilo”.
Por otra parte -y no quería dejar esta consideración- “el paso del tiempo” es ese acaecimiento favorable, inherente a nuestras vidas, que nos protege a todos de los acontecimientos adversos que hemos soportado y que deseamos olvidar cuanto antes. Pero, además, es también la oportunidad que tenemos para alimentar nuestras esperanzas en la consecución de hacer realidad, aún, algunos de nuestros sueños. Y por eso he querido impregnar en mis reflexiones y en mis poemas, a los que ya me he referido y que pertenecen a este “año de júbilo”, esa parte de esos sueños que se traslucen en los colores de algunas palabras y que se insinúan en las imágenes que les acompañan. Porque también estaba presente mi afán de compartirlos con vosotros: mis visitantes y lectores.
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Hay quienes están dispuestos al llenar su equipaje de ilusiones y marcharse juntos, con ellas, a ese lugar perdido del mundo, quizá a una nube tan pequeña que no haga falta tener reloj para marcar ese instante que pueda recrear una vida entera. |
Y quería reflexionar sobre aquella cita de Tennessee Williams que decía: “Siempre hay un tiempo para marchar aunque no haya sitio a donde ir”; porque deberíamos saber que ese tiempo debe estar en la planificación de nuestras ilusiones, aunque nos quede solo un fragmento de nuestras vidas, pues sabemos que un instante puede recrear una vida entera; aunque solo tengamos un espacio minúsculo para vivirla, pues también, sabemos que la felicidad podemos encontrarla en cualquier lugar perdido del mundo, hasta en una pequeña nube.
Hay algo más que me gustaría aclarar sobre el tiempo. Y es que no deberíamos olvidar que si, en “el paso del tiempo”, su transcurso, es decir, su paso, es ajeno a nuestra voluntad o a nuestra disposición, el tiempo, es decir, el momento en que sucede, es nuestro y somos nosotros los dueños de él. El tiempo sucede y corre, impasible, imperturbable, sin que podamos evitar su paso, pero nadie más que uno mismo puede hacer del tiempo una escena más o menos gratificante, y ello, aunque las circunstancias del suceso sean infelices. Al tiempo lo podemos envolver, si no con el aroma de una sonrisa, sí al menos, con el esbozo de agrado de una ilusión, desde el alma. Al tiempo le podemos poner música y “flores”, esas del corazón, para darle el toque delicioso y mágico del instante. Lo que no podemos es aburrirnos en el sinsabor de una frustración insignificante o rebuscada, o de una actividad rutinaria y convencional, muy propia a la que solemos recurrir cualquiera de los que somos “usuarios de la etapa de júbilo”, o, simplemente, de quedarnos esperando el paso de tiempo, no por disfrutar ni siquiera del transcurso de ese “paso”, sino por ver cómo corre el reloj y sus horas, para que llegue la noche y luego el día, y luego la noche y así sucesivamente, y ello sin pararse a pensar que durante una fracción de tiempo podemos regocijarnos, tal vez, de un poco de felicidad.
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Lo mejor es mirar a los ojos de quien está junto a nuestro destino, pues lo importante es intentar hacer de la vida un cuento con final feliz. |
Como decía en “mi poema al tiempo”: al silencio del tiempo, es decir, “a quien ha querido desaparecer de nuestras vidas” o a quien, representando el pasado, nos fue desleal, hay que matarlo con la indiferencia del olvido. Y en cuanto a las secuelas de los acontecimientos que nos han ensombrecido, lo mejor es cegar el tiempo incierto que ha de venir con la luz de la ilusión y con el “azul” de nuestros sueños. No importa que, al final, el destino sea inalterable y despiadado con nuestros deseos. El tiempo, al final, lo pone todo en su sitio, y nosotros, los que habíamos sido honestos y respetuosos, en el paso del tiempo, ya “estábamos en su sitio” y no tendríamos que temer a ninguna represalia del destino. Yo creo que lo importante es intentar hacer de la vida un cuento con final feliz. Y yo creo que, para eso, lo mejor es mirar cada día, serenos, tolerantes, afectivos y generosos, a los ojos de quien está con nosotros, junto a nuestro destino.
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Hay un tren, el de la ilusión, que siempre podemos coger porque ha de llevarnos, quizá a “través del tiempo”, a ese país maravilloso, a ese mágico lugar, a ese secreto boulevard o a esa pequeña nube, para recrearnos, “jubilosos”, en ese instante que buscamos eternamente en nuestros sueños |
Que sería del tiempo sin las personas como tu, que lo llenan con su actividad, reflexiones y palabras elegantes.
ResponderEliminarGracias, Carlos ¡qué sería de la amistad si no hubiera amigos como tú!
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