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"No soy lo que realizo, más bien soy lo que
oculto", decía
mi amigo Juan Garodri. Por eso el mundo se esconde
detrás del antifaz, para ocultar su engaño y su estafa. |
A los lectores de mi
blog, a esos que siguen mis reflexiones, les escribí la última vez sobre
el
resentimiento humano, y les dije lo que pensaba sobre el desprecio, sobre el
rencor y sobre el odio. Tenía listo ya algo más positivo, más esperanzador, tal
vez algo más cercano al resplandor de nuestras ilusiones. Sin embargo, lo descarté porque alguien, cercano a mi, me dijo que no escribo "más que tonterías". Además, durante este
pasado mes, no tuve más que contratiempos administrativos, descalabros bancarios
y ese sinfín de nefastos descubrimientos con que nos prodiga "el hacer de fechorías" de la clase
política y del omnipotente poder financiero. Así que, pensando en el fraude y en la
estafa del privilegio de esa clase y de ese poder, "caí en la cuenta" cuánto se
parece al fraude y a la estafa que alberga nuestra propia personalidad humana.
Ya sé que el mundo es
como es y no podemos cambiarlo, porque ni siquiera el intento por convertir una
sola cualidad de una sola persona entre millones, sería baldío. Nos gustaría
devolverle, a esa capa opaca y falsa de nuestra débil personalidad el brillo de lo
transparente y de lo sincero. No podemos cambiar ni siquiera el engaño de
esa personalidad; contra más ¡vamos a cambiar el del mundo...!
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Quizá, lo mejor es aprender a convivir con ese mundo tan opaco y engañoso, tras su máscara oscura, y ponerse de su lado, y disfrazarse con "el hechizo de la locura". |
Quizá, lo mejor es aprender a convivir con él; quiero decir con ese mundo opaco y engañoso, y sacar de él lo positivo que
encontremos. Franz Kafka nos dijo: “En tu
lucha contra el resto del mundo te aconsejo que te pongas del lado del resto
del mundo”. Y quizá, lo mejor es investirse de una filosofía acorde con lo
útil y provechoso de “los encantos”
de este mundo; o incluso disfrazarse del hechizo de la locura. Ya lo dijo Charles de
Montesquieu: “Para obtener éxito en el
mundo hay que parecer loco y ser sabio”.
Así que… partiendo de
la certeza de esa opacidad humana y del fraude de un mundo que poblamos millones de
seres humanos que engañamos y estafamos los unos a los otros, empezaría
diciendo que “En este mundo en el que
vivimos, tan falso y tan pérfido, y tan lleno de bajezas e hipocresías, no
podemos sorprendernos cuando
encontrarnos cada día el engaño humano como una de las características más degradantes
y evidentes de la generalidad de las personas que conocemos o que, sin conocerla,
sabemos de su vida y de su trascendencia, por lo que otros nos cuentan, por
lo que la gaceta de “radio macuto” nos refiere, o por lo se publica en los
medios de comunicación”.
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Observamos el mundo, como un espectáculo de color de ensueños, casi maravilloso; no percibimos su malicia, ni ese cuervo (ahí arriba, a la derecha) que acecha nuestro destino, porque... en el fondo somos confiados y tolerantes... y unos pobres ingenuos. |
Y no llegamos a
sorprendernos porque nuestra natural ingenuidad, cuando percibimos la aparente
ausencia de malicia en los demás, no nos deja ver lo que puede esconderse tras
su impecable fachada; porque nuestra tolerancia no nos permite ser ni rigurosos
ni recelosos con quienes tratamos con asiduidad.
Pues, ya lo dije en
mis reflexiones: “El color del mundo es
exactamente como lo vemos; a veces lo enmascara nuestra propia tolerancia y la
bondad de nuestro corazón, y no vemos la capa de mugre que cubre el auténtico
tono o su brillo mortecino, ni vemos ese matiz pútrido que degenera y confunde
el que queremos ver, el que nos muestra o nos proyecta la inexistente o falsa
verdad”. Esa capa de mugre, ese matiz pútrido, ese olor fétido y
nauseabundo que encontramos en los políticos que nos arrastran a las urnas para
comprobar luego su fraude, o en los banqueros que nos prometieron las virtudes
de una operación o de un préstamo para estafarnos después. Es la mentira del
condicionamiento humano que representa un gobierno, o que dirige y gestiona un
poder financiero.
No hace falta hacer
ningún detalle pormenorizado de engaños que la sociedad, a través de sus
entidades privadas, servicios públicos, representaciones gubernamentales o
administrativas, nos ofrece. Ya se publican a diario en la prensa, en los medios audiovisuales y en las redes sociales. Cualquiera de nosotros tiene su propia experiencia
de la que no le queda más que lamentarse. Y por esta razón, y para dejar de lado por una vez mi ramalazo sentimental, desistí de tratar
un tema más complaciente con la bondad humana y opté por aludir a algunas de “mis
experiencias” para reflexionar después sobre lo más descarnado y decepcionante
del género humano: la mentira del mundo.
Son un ejemplo, como
tantos otros que afectan a cualquiera y que ilustra esa “experiencia” a que me refiero.
El primer caso al que quería aludir: el de la entidad de crédito (Caja de ahorros) que cobra una
comisión fraudulenta en una cuenta “junior” de mi hijo que ya había pedido
cancelar y que me reclama una cuota anual por una tarjeta de crédito que no
tiene y que, disponiendo de ella, es gratuita. Lo más grave: solicitar de nuevo la cancelación, cursar su trámite y no resolverla. Cualquiera puede contar lo mismo
o una experiencia mucho peor.
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Ni siquiera el agua, como un recurso público y sagrado se libra de quienes pretenden aprovecharse de su necesidad por consumirla. También ahí llega el fraude. Pero somos tan ingenuos y tan confiados que... ¡ahí estamos! mirando el mundo, sin sospechar su engaño. |
Pues quizá, como
experiencia, la que mejor ilustra el fraude de quienes administran un bien
público: el agua. El de una conocida empresa de Extremadura que gestiona ese
sagrado patrimonio, lo distribuye y lo factura a los ciudadanos que necesitamos
consumirla. Aún no puedo admitir cómo se puede estafar al ciudadano, cuando un
arrendatario de un local de negocio, titular de un contrato de uso de agua, no
paga absolutamente nada por su consumo y una vez que deja dicho arriendo, revierte
su deuda al propietario del inmueble, ya que la empresa abastecedora de agua le
reclama la misma, bajo amenaza de no permitirle contratar nuevamente el
suministro. Eso sí, su publicidad en cuanto a las virtudes y las bondades de su gestión no tiene nada que ver con los resultados, cuando se formaliza un trámite. Total; un engaño, un fraude, y lo peor, una estafa.
Toda esta cadena de
engaños y de fraudes, de los que diariamente somos víctimas sin remedio, porque
no contamos con la defensa o el respaldo de las administraciones competentes (aunque
siempre tenemos el último recurso en las organizaciones de consumo), no son ahora más que anécdotas,
dramáticas y crueles algunas de ellas, en tanto que es el fraude y la estafa
del condicionamiento humano lo que importa en mi reflexión final.
Y aunque el fraude
que ofrecemos a nuestros semejantes, tanto como ciudadanos, amigos,
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Nos escondemos detrás de muestro sofisticado antifaz, para que nadie vea nuestra indignidad, nuestra deslealtad y nuestro engaño. |
familia o
compañeros, lo llevamos a cabo escamoteando nuestra dignidad, escondiendo nuestras bajezas, simulando ser
sinceros y eludiendo nuestros leales compromisos, para obtener nuestros más
ventajosos intereses y beneficios tangibles y terrenales, la estafa de nuestro condicionamiento y de su supuesta verdad, es el más
ruin de los engaños, porque a través del abuso de confianza, de la manipulación
en el trato y de la suplantación de una situación, no solo conseguimos
ilícitamente lo que buscábamos, sino que usurpamos el derecho ajeno y nos apropiamos
no solo de sus intereses materiales sino de un patrimonio mucho más valioso: el de su
honestidad, su decencia y su honor.
Pero esto es algo a
lo que ya deberíamos estar acostumbrados. Sabemos que el trato personal entre
quienes compartimos la convivencia diaria, el trabajo o las horas de esparcimiento,
está limitado tras "la discreción" de nuestros comunes afectos y tras "el encanto" del intercambio
de nuestra disposición para hacer estimulante nuestras relaciones. Pues, pasado
ese límite nos volvemos egoístas, interesados y hasta ruines entre nosotros. Y somos así, de forma que cuando llegamos a ocupar ese empleo, despacho, ese cargo directivo o ese escaño, nos volvemos interesados, aprovechados, amorales e inmorales, corruptos, desvergonzados, príncipes de la mentira y caballeros de la estafa.
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También nos queda recoger lo más valioso de nuestra dignidad y de nuestros valores y darle la espalda a la indecencia y al engaño |
De todas formas y dejando a un lado el carácter más ruin de nuestro condicionamiento, no
es la maldad de las personas el vicio que prevalece en la decadencia del género humano, sino el egoísmo y el fraude de nuestras actitudes para
aprovecharnos en el beneficio propio, lo que mostramos en nuestro
comportamiento. Porque, yo estoy convencido de que los estafadores de quienes
nos administran y gestionan nuestros bienes, y quienes nos engañan desde su condición
de gobernantes, lo hacen, tal vez, no porque pretendan nuestro perjuicio y
nuestro dolor, sino porque buscan solo su provecho y lucro, y desatienden
nuestros intereses. Digamos que por puro egoísmo. Pero eso no les exime de su culpa, ni les absuelve de su perversidad.
Porque… prefiero no hurgar
ahora en la envidia que lleva a la maldad, ni en el rencor que lleva a la
maldad, ni en cualquier otro resentimiento humano que lleva también a la
maldad. A veces, y esto es lo que quiero subrayar, la ambición, la codicia, el afán desmedido y sin límites de la
apropiación de los derechos de los demás o del despojo de sus bienes, para
nuestro provecho, es lo que nos lleva al fraude de nuestra dignidad y de
nuestros valores. Y es cierto que todos
conocemos a quienes no se cansan de engañarnos con sus promesas, ni se sacian con estafar nuestros modestos patrimonios. Y también es cierto que “la avaricia rompe el saco” y que el abuso del vicio nos lleva a la ruina del disfrute por atesorar nuestras ambiciones. Pero ahí están,
imperturbables e inamovibles en sus condiciones, en sus despachos, con sus privilegios, o en sus
cargos privados o públicos.
En fin, lo cierto es que, como dijo Albert Einstein:
“El mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellos que
permiten la maldad”. Todos sabemos de quienes la consiente; los más conocidos: los poderosos, los gobernantes,
los intrigantes de la sociedad. Pero también debemos pensar que en nuestro pequeño y cercano entorno, a veces, somos como ellos, intrigantes y conspiramos contra nuestra propio bienestar y nuestra legítima felicidad. Y para ello... ¿qué hacemos? Nos escondemos tras ese antifaz que oculta nuestra codicia, tras ese disfraz que cubre nuestra engaño, y tras esa máscara que disimula nuestra vileza. Y... curiosamente, a veces (sólo a veces), nos damos cuenta que tras ese disfraz vemos nuestra propia mentira, esa con la que nos engañamos a nosotros mismos; porque, no lo olvidemos, lo dijo Friedrich Wilhelm Nietzsche, "La especie de mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a si mismo. El engañar a los demás es un defecto relativamente raro". Quizá, ese engaño es el peor de todos, el que desencadena el fraude a los demás y el que permite la vileza de nuestros acciones.
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"Desechad tristeza y melancolías", pues nos hemos de cubrir con el brillo de la esperanza y la sonrisa del aleteo de esas mariposas. Y demos la espalda a la desesperanza. |
¡Qué más puedo decir! Pues que, aprovechando que hoy se celebra el 115 aniversario del nacimiento de Federico García Lorca, ¡qué mejor terminar esta reflexión con dos frases esperanzadoras extraídas de su maravillosa literatura! Aquí están:
"Desechad tristezas y melancolías.
La vida es amable, tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar"
"El más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida" (Así que, digo yo, no perdamos la confianza y, al menos, creamos en esa parte noble y decente que todos llevamos dentro)
Ángel González "Rusty Andecor"
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