Es la imagen del personaje en el que quise entonces
reencarnarme.
Hace hoy justo 8 años que les escribía a mis amigos, aunque muy especialmente a unos cuantos que habían sido mis compañeros del alma, desgraciadamente algunos de ellos se fueron poco después a la eternidad, y eso que a un par de ellos les faltaban años para convertirse en “jubilosos”. Les hablaba de “mis ajustes del alma”, una reflexión que había escrito entonces.
Y fue entonces cuando comencé a referirme al “paso del tiempo” y a cómo su transcurso nos va pasando “factura”, dejando su rastro y secuelas en nuestro "reloj biológico". Me refería a ese estado “jubiloso”, el del retiro de nuestra etapa más activa, para encontrar otro tipo de complacencias y beneficios en una “edad dorada” que a muchos nos regala la naturaleza. Y ese es el problema, que no todos somos afortunados para vivir esos "dorados" años.
Quise entonces, con esta imagen al margen, reencarnarme en ese personaje que retrató el fotógrafo Robert Doisneau. Decía en aquella ocasión, desde la ficción de ese "personaje amigo”, sentado en su terraza con su café y su libro: "Viviré cada día y cada instante, como si fuera el último de mi ordinaria y extraordinaria vida, hasta la ancianidad. Leeré mis libros y escribiré mis pensamientos y mi poesía, mis rancios y "empalagosos" versos”. Luego añadiría: “Pasaré en parte las hora en mi rincón, en mi mesa, en “mi St. Germain” particular, con mi copa de coñac y mi café, con mi música. Jugaré con la ficción y la mentira; y al final, me quedaré con el fulgor y claridad del desencanto e la verdad”.
Sin embargo, he de decir que desde
entonces, ni escribo ya mis versos, que luego, después que se desvaneció mi
musa, entendí que eran malos y cursis. Ni tampoco leeré mis libros, porque mi
vista se ha cansado demasiado y de cerca apenas veo las letras con claridad.
Como también lamentaré no poder leer la cantidad de interesantes artículos escritos por mis amigos en Facebook. Eso sí, escribiré lo que pueda, que para
eso me ayuda mi lupa y mi “secretario electrónico”.
Por cierto, y ya que hablo de las limitaciones de mi vista. Que me disculpen la cantidad de gente y de amigos, con quienes me cruzo por la calle y no los saludo, porque no los distingo, que la culpa la tiene, y mucho, el sol que deslumbra mis delicados ojos. Que sé que algunos han dicho: “¡El Ángel…. después de viejo ahora se ha vuelto antipático, con lo atento que era!”. !¡Pues lo siento; no os veo. Sabed que ya no puedo ni conducir el coche. Llamadme cuando me veáis, os invito a un café y charlamos!"
Ángel González "Rusty Andecor"
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