Una de las reflexiones que más me sedujo escribir, en mi improvisado oficio de "escribidor de aventuras", fue la que hice sobre “El cinismo de la cortesía”, y lo hice en mi libro "La verdad y la mentira de mis reflexiones". Pues sí, el cinismo de la cortesía, eso que tanto se lleva en nuestras relaciones sociales. Y así comenzaba esa parte de mi ensayo:
El caso es que en esa ocupación de "sabio de la vida que viví" y de "pensador de mis propias reflexiones", he jugado a "filosofar" con temas relativos al condicionamiento humano y a toda esa clase de valores que le caracterizan; unos, de aparente ligereza, como el aburrimiento, el "sinvivir" o el agobio de los que nos aturden con su perorata. Me he referido a otros, de índole más formal, como la mistad y los amigos. He coqueteado con la sonrisa. Me he atrevido con la lealtad, la felicidad y la generosidad. Incluso, me he arriesgado con la soledad, el desencanto, la indiferencia y el desengaño. Pero me faltaba algo... más ambiguo y confuso; eso que, cuando se percibe o se recibe, nadie sabe de los límites de su benevolencia o perversidad, de su supuesta sinceridad o hipocresía; se trata de la cortesía, de su honesta intención o de su cinismo.
“La mejor y más complaciente cortesía en la que se expresa desde la elegancia y la cercanía de una sonrisa” |
El hecho es que esa conducta, en la que tratamos de poner la mejor carta de presentación ante los demás, no se traduce siempre en la expresión bien intencionada de su ceremonial. La ilustración de la imagen, la que escenificó una gran película, por cierto muda, y a la que yo puse el pie del titular: “La mejor y más complaciente cortesía es la que se expresa desde la elegancia y la cercanía de una sonrisa”, es precisamente la describe con más autenticidad la carta de presentación de la sincera y honesta cortesía.
Ángel González "Rusty Andecor"
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